El Terrence Malik de las narices se ha empeñado en
tocarnos los cojones. Así, tal como suena. Hace poco nos machacaba con El Árbolde la Vida, una pedantería sin parangón. No teniendo suficiente con tal peñazo,
va y ahora se saca de la manga una especie de suplemento que, bajo el título de
To the Wonder, vuelve a explorar en las relaciones de pareja y, ante todo, a
divulgar, pese a quien pese y a voz en grito, que Dios existe.
Una nueva tortura cinematográfica, de tratamiento fotográfico similar
al de un inacabable spot publicitario, que parte de una historia
mínima (por no decir minimalista): la de un americano que se enamora en Francia
de una francesita, madre soltera, y se la lleva a vivir, junto a su hijita, a
su Oklahoma natal. Una relación que se irá denigrando para adentrarse en diversas etapas, a cual más cercana a las de las intenciones de cualquier
culebrón televisivo de media tarde para marujonas. La única diferencia, con
respecto a los culebrones, es que Malik, siempre orgulloso de llevar clavada
en la frente la etiqueta de “autor”, la disfraza de una falsa trascendencia para
que los cuatro gafapastas entusiastas de su obra le aplaudan a rabiar.
Prácticamente no hay diálogos. To The Wonder se
apoya en una serie de imágenes fragmentadas (¡cinco montadores ha necesitado el
muy soberbio!) adornadas por las voces en off de la mayoría de sus
protagonistas. Pensamientos y divagaciones de una petulancia que, por su
insistencia, llegan a rozar el ridículo, sobre todo cuando afronta las
reflexiones religiosas del personaje de Javier Bardem, un sacerdote hispano que
ve a Dios por todas partes (hasta en la taza del wáter) pero que, al mismo
tiempo, le implora para que le mande una señal. Cansino, cansino, cansino…
Malik, al igual que en El Árbol de la Vida, insiste
en los mismos conceptos: la relación del hombre con la naturaleza, el amor, el
desamor y, ante todo, la fe. Eso: la fe que no falte. La película es como un
inaguantable y presuntuoso sermón. Una letanía que además, por momentos, se me
antoja totalmente deslavazada ya que, por ejemplo, el personaje del citado
Bardem es como un añadido forzado a la retorcida relación que mantienen Ben Affleck y
Olga Kurylenko, pues el curita de marras pulula medio deprimido por ahí,vendiéndonos la
existencia de Dios y sin venir muy a cuento de nada.
Ben Affleck, inevitablemente, hace de Ben Affleck; o sea, el hombre
pone su habitual cara de soso y a duras penas tiene un par de frases de diálogo
(incluso su voz en off es prácticamente inexistente). Mientras, las dos chicas
de la película, la Kurylenko y Rachel McAdams (la tercera enamoradiza en discordia), se
dejan querer por la cámara (que para eso son guapísimas) y se esfuerzan, con
creces, en sacar adelante sus respectivos papeles en medio de tanto desvarío y
pretenciosidad. Y el Bardem (¡ay, nuestro Javier Bardem!), como una alma en
pena, con el alzacuellos bien puesto y pregonando la palabra del Señor. ¡Qué pena!
Lo que les digo: una mierda pinchada en un palo.
Antes, al menos, el Terrence Malik hacía una película cada tropecientos años.
Ahora, el tipo se ha empecinado en vomitarnos a la cara demasiado a menudo. Que
se monte una iglesia o se haga sus pajas mentales en casa, sin molestar y sin salpicar.
4 comentarios:
Como siempre, maese Spaulding, gracias por su labor de sufrimiento para librarnos de estos truñacos.
Lo que no haría por ustedes, Mr. Milkmen... lo que no haría por ustedes...
Si tiene ocasión vea la de la chef de Mitterrand. Eso sí, luego vaya a comer bien, porque sale uno con una jambre de lobo.
Me apunto su comentario. Iré precavido y ´me llevaré un bocata al cine... a ser posible de mortadela con olivillas incrustadas.
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