1957. Norteamérica estrenaba Doce Hombres Sin Piedad, Falso Culpable, Testigo de Cargo y Senderos de Gloria, entre otros
títulos. Francia nos sorprendía con Ascensor Para el Cadalso. Suecia hacía lo
propio con El Séptimo Sello. Italia ofrecía Las Noches de Cabiria e Inglaterra
El Puente Sobre el Río Kwai y La Maldición de Frankenstein. Mientras, los
españolitos acudíamos en masa al gran lanzamiento patrio, El Último Cuplé, un film (¡a todo color!) dirigido por un
protegido del régimen franquista como Juan de Orduña y protagonizado por una
Sara Montiel recién llegada de su periplo por las Américas. Y es que Spain is
different. Tan diferente, que la cinta se convirtió en una de las películas más
taquilleras de la historia de nuestro cine. Inexplicable. Como diría el gran
Forges… ¡País!
El Último Cuplé es cine rancio, del que atufa a
patriotismo fascistoide que tumba de espaldas. Cupletistas y toreros amontonados en ese
afán vergonzoso por promocionar la puta marca España a golpe de folklore, moralina
y engaños. Una España distinta aunque vergonzosamente única, llena de
chulapones paseando por las calles de Madrid y en donde a los niños se les
llamaba churumbeles y al champagne, en lugar de champagne, se le denominaba
champán, con acento agudo en la segunda “a”. La España cañí bajo la óptica
franquista de un hombre como Juan de Orduña artífice, entre otros, de films
como ¡A Mí la Legión! o Agustina de Aragón y que en su nuevo trabajo incluso fue capaz
de ofrecerle un breve papel a Alfredo Mayo (¡otro que tal!) para interpretar a
un Gran Duque ruso enamorado de la tonadillera protagonista, al que dio vida con
un acento y maneras españolas de lo más castizo.
La historia que plantea es básica, ridícula y
ponzoñosa. La película repasa la vida de María Luján, una cupletista que,
salida de la nada, es potenciada al estrellato por un empresario con ganas de
cepillársela que se verá arrinconado por la aparición de un torero debutante
(de los que marcan paquete) y que, ¡cómo no!, acabará muriendo en el ruedo. El
tópico folklórico que nunca falte. Y, de propina, antes de la corná, la alegría de Tabacalera Española: el Fumando Espero.
La cinta se inicia a finales de 1910 y va repasando
la vida de la tal Luján hasta entrados los años 50, época en la que nuestra cantante, herida de amor, deja su Madrid natal para desterrarse a Barcelona,
no sin antes haber pasado una larga etapa de su existencia en París, durante
los años 30, arruinada y sin maromo, hasta que estalla la Segunda Guerra
Mundial, hecho que la hace instalarse en la ciudad condal y emplearse en el
mítico El Molino del Paralelo para purgar sus pecados. ¡Qué mejor condena para
una mujer españolista y acabada que convertirse en una proscrita entre
catalanes! En El Último Cuple, la Guerra Civil española ni existe, ¡faltaría
menos!, pues el realizador pasó un tupido velo por encima de tal suceso histórico.
Un festival de muecas al más puro estilo Sara
Montiel, actriz que no deja de salir ni en un solo plano de su exagerado
metraje, más de 110 minutos de tortura patriótica, tan falsos como abusivos. Chotis,
cuplés, alguna que otra sevillana e incluso la representación escénica del
Valencia (la de las flores y el amor) del compositor José Padilla Sánchez, autor
igualmente de El Relicario y La Violetera. Como decía antes, que no falle la
puta marca España… aunque sea de manera tan grotesca.
María Luján, tras su regreso a los teatros
madrileños, moriría en el escenario después de interpretar su postrero cuplé.
Ayer, alejada del mundo del espectáculo y a los 85 años de edad, moría Sara
Montiel, una mujer a la que siempre le gustó dar la nota… aunque fuera de forma
excesivamente alta, disonante y desafinada.
Hoy, tras sufrir El Último Cuplé en su integridad, tengo una urticaria espantosa, picores por
todo el cuerpo. ¿Culpa de la película o de las alergias primaverales?
1 comentario:
Pués a mi abuela le gustaba mucho esa película.
Fer.
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