17.7.07

Coma mierda y sea feliz


Don Anderson, el vicepresidente de una gigantesca cadena de hamburgueserías en Norteamérica, la Mickeys Burguers, es enviado al pueblo de Cody (Colorado) para investigar a una potente industria cárnica del condado, sobre la que se abrigan fuertes sospechas de que pueda estar contaminando, con residuos fetales, las hamburguesas congeladas que les sirven. Este es tan sólo el punto de partida de Fast Food Nation, uno de los films más vitriólicos (y, al mismo tiempo, sutiles) de Richard Linklater, uno de los cineastas más reputados y arriesgados de la actualidad que, a pesar de trabajar siempre a contracorriente de la industria establecida, se ha hecho un pequeño hueco en Hollywood.

Fast Food Nation no sólo se centra en esa pasión que el norteamericano medio siente por sus hamburguesas y la comida rápida. Linklater da un vistazo a la parte trasera, derriba puertas y muestra lo que cuesta cada uno de esos bocados: la contratación ilegal de espaldas mojadas por parte de las industrias cárnicas; el discutible control sanitario de sus mataderos y la cínica ignorancia que esgrimen, ante ciertos hechos, sus responsables más directos. Tal y como dice el supervisor de la cadena Mickeys Burguers en la zona de Colorado, “todos tenemos que comer un poco de mierda de vez en cuando”. Y ello lo asevera un genial y fugaz Bruce Willis, mientras devora y se relame con una de sus Big One. La triste filosofía del todo va bien y no hay porque cambiarlo.

Un Linklater sobrio y punzante que, en todo momento, va más allá del fast food y sus satélites. Ello es tan sólo la excusa ideal para darle un par de fuertes mazazos al sistema. Todos saben, pero nadie da un paso al frente para evitarlo. El ciudadano de a pie paga por saborear excrementos entre la carne picada de ternera, al tiempo que se hace el sordo, ciego y mudo, ante los sitios de trabajo usurpados por la inmigración mejicana. Y el Gobierno, mientras el empresario no cause problemas y pague sus impuestos, hace un tanto de lo mismo. Incluso, en alguna que otra ocasión, hasta el mismísimo Presidente, si es necesario, se zampará su pertinente hamburguesa.

Un montón de vidas cruzadas son las armas primordiales que utiliza para construir el compacto cuerpo de Fast Food Nation. Unas vidas cruzadas que poco (o nada) tienen que ver con el estilo impuesto por el desaparecido Robert Altman en este tipo de productos, pues en ningún momento Linklater busca el punto sorpresivo en la unión de sus numerosos personajes. Desde un principio, éste queda bien definido: un pueblo y un par de empresas dependientes la una de la otra.

El desengaño ante la imposibilidad de cambiar una sociedad que se está pudriendo a marchas forzadas, y la posición acomodaticia de aquellos que no desean enfrentarse directamente con la mano que les da de comer (aunque sea caca de la vaca), marcan uno de los mejores títulos de este verano. Mezcla a la perfección la comedia con el melodrama y la tragedia. Su humor es diferente; astuto y penetrante, indudablemente nacido de la mala leche que provocan ciertas verdades ocultas.

La impotencia (asumida) de no avanzar hacia ningún lado; el temor (ilógico) a ser rescatados de aquello que nos oprime y el (alarmante) conformismo de aceptar nuestro oscuro destino, son puntos que quedan perfectamente reflejados en Fast Food Nation cuando, un grupo de jóvenes idealistas, intentan liberar de su encierro a centenares de vacas antes de que las conviertan en picadillo para las Big One; unas vacas que, en su nulidad, optan por quedarse inmóviles, sin traspasar el cercado recién derribado y esperando la fatídica estocada en la nuca.

Greg Kinnear, Catalina Sandino Moreno (la joven protagonista de la interesante María, Llena Eres de Gracia), Kris Kristofferson, Patricia Arquette y Ethan Hawke (actor fetiche del realizador), son tan sólo algunos de los espléndidos intérpretes que intervienen en esta contundente crítica social y política, y en la que la verdad sobre el tan manido y esperanzador American Dream queda perfectamente definida cuando Benny (el gran Luis Guzmán), un tipo que se dedica a introducir ilegales en Norteamérica, obsequia con un par de gigantescos bocadillos de Mickeys Burguers a dos pequeños mejicanos que acaban de pisar, por primera vez en su vida, la tierra de Abraham Lincoln. Sencillamente fastuoso.

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