En Last Days no hay guión ni nada que se le parezca. Es tan sólo un puro tormento experimental, narrado sin orden ni concierto, avanzando y retrocediendo en el tiempo y repitiendo escenas sin lógica aparente. Les cuento: de vez en cuando, el hombre decide plantificar su objetivo ante unos helechos durante varios minutos; otras veces se cuelga, cámara en mano, siguiendo los lentos y dubitativos andares de Blake, el personaje principal y émulo del difunto Kobain. Para ello se apoya en los susurros de éste al tiempo que divaga, sin rumbo fijo, por la espesura de un bosque próximo a su caserón o, en su defecto y ya en el interior de éste, observándole mientras se prepara una sopa de sobre o se trasviste en mujer. Cuando está inspirado y con la intención de darle un poco de salsa a la historia, hace que el tal Blake se desplome sobre el suelo para allí, tendido e inmóvil, filmarlo durante un tiempo exacerbante. Luego, al levantarse de sus desmayos, vuelta de nuevo hacia el bosque. Del bosque a la casa y de la casa al bosque: así todo el rato. Un ir y venir crispante que denota la inquietud (aunque ralentizada) del personaje. Vaya, lo que los catalanes llamamos el cul d'en Jaumet.
Los cuatro únicos diálogos que hay también tienen su tela. Diálogos para besugos, pero con pretensiones de algo muy grande, casi inenarrable. Bueno, en realidad, más que diálogos, son frases sueltas, como pilladas al vuelo. Y cuando se cansan de hablar (que se cansan mucho), la cámara regresa a los helechos, a un riachuelo o se entretiene con la fachada del caserón mientras, a todo volumen, suena una atronadora música sin melodía alguna. La pedantería del Van Sant no tiene límites. Pero la paciencia del espectador, SÍ!!!.
Como toque exótico, la Asia Argento (que a duras penas se la reconoce), asoma sus nalgas por debajo de una camiseta. Y se tropieza por la casa con el zombi del Blake, el cual, para no perder la costumbre, se cae de nuevo. Posteriormente, y ya sin enseñar las nalgas, la hija del Dario lo coloca bien puestecito, sentado sobre el suelo y con la espalda apoyada en una puerta. Más tarde, el tipo se desperezará y saldrá a contemplar los helechos de siempre durante muchísimos minutos.
Nada tiene sentido, a pesar de que el alucinado del Van Sant, a través del simbolismo y las segundas lecturas, intenta decirnos algo muy profuso, aunque de perogrullo, que ya se sabía de antemano: la soledad y la incomprensión marcaron la vida del cantante de Nirvana. Y digo yo: ¿para eso es necesario tanto cuento?
De todos modos, y viendo el tratamiento otorgado por el director a los personajes, sólo puedo sacar una (inevitable) conclusión: Kurt Kobain era un tío sucio y piojoso al que le gustaba hablar como el Perro Pulgoso; y los miembros de su grupo musical, también ¡Sólo hay que ver que guarra tenían la casita! Por si fuera poco, bebían, se drogaban, hacían ruido en lugar de música y andaban pasito a pasito como si fueran jubilados ebrios.
Nirvana nunca me gustó. Tras soportar la película, presiento que nunca estuve desencaminado. Me quedo con Sinatra. Éste también se drogaba y bebía, pero al menos era un hombre limpio y su música no me ensordecía.
Si tienen un enemigo al que quieran machacar, aconséjenle ver Last Days. Y el Gus que se vaya buscando otro oficio.
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