He superado el gripazo, con lo que hoy me he reincorporado al ritmo laboral habitual. A partir de mañana, les empezaré a colgar, de nuevo, alguna que otra novedad de la cartelera... que ya toca. En otro orden de cosas, ayer cumplí un año más, aunque nunca he sabido si ese es un motivo real de celebración o bien todo lo contrario. Y, en ese día tan preciado (o no), acabé descubriendo que me gustaba otra película oriental. ¿Será cierto eso de que estoy convirtiéndome en un personaje senil?
La verdad es que, en general, el cine asiático, excepto cosas muy puntuales, no acostumbra a llamarme mucho la atención, como ya habrán podido observar los que más o menos sigan la presente bitácora. Ha sido inevitable. En este caso, la película en sí me atrapó. Espero que siga tratándose de un caso aislado. No querría pensar que se me está yendo la chaveta y me estoy convirtiendo en uno más de esos seguidores acérrimos de todo lo que tiene color amarillo y ojos rasgados. Vayamos al grano porqué me temo que sí, que los años pesan (y los quilos) y, efectivamente, se me está trastocando la olla.
La película en cuestión es The Eye, una producción de Hong Kong co-dirigida por Oxide y Danny Pang, o sea, the brothers Pang. El film, de corte fantástico, nos cuenta la terrible experiencia de una chica ciega que, tras someterse a un transplante de córnea para recuperar la visión, empezará a ver fantasmas por todas partes. O sea, lo del “veo muertos”, sin Bruce Willis y en versión amarillenta.
Como habrán notado, por esa premisa argumental tan típica, la película no tiene nada de original, ya que coge un tanto de El Sexto Sentido y otro tanto -sobre todo en su apartado estético- de Dark Water y The Ring, ya que esta última también bebía de la cinta de Shyamalan. Y digo lo del apartado estético porque sus fantasmas parecen sacados directamente de The Ring, Su particular y espectral aspecto, el tipo de apariciones que hacen y la tensa atmósfera que crean cada vez que salen en pantalla, es uno de los puntos fuertes de The Eye, aunque fotocopiado directamente del referente citado. La escena del ascensor, con un espectro flotando en el aire, o la de un fantasma avalanzándose inesperadamente sobre nuestra protagonista son, por ejemplo, un par de momentos ciertamente acongojantes, de aquellos que te los ponen por corbata.
La cinta engancha gracias a esa tensión controlada y a un dominio total del suspense y del susto inesperado, ya que, como he dicho antes, su historia la conocemos de sobra. Y es allí, precisamente, en donde más cojea ese correcto producto, en el momento en que quiere desarrollar al máximo su guión y demostrar que todo está muy bien enlazado entre sí. Es por eso que, en su parte final, aquella en la que todo fantasma que se precie pide a gritos que alguien le ayude a descansar en paz, es en donde la película pierde toda su fuerza, a marchas forzadas, incluso en lo que hace referencia a su ambiente tétrico y estremecedor, convirtiéndose en más de lo mismo, en una de tantas. Pero, superado ese bache, cuando parece que la historia está resuelta y todo vuelve a su cauce, los hermanos Pang van a más y nos sueltan otro final, tal y como ocurre en la mayor parte de films actuales. Pero, en este caso, en ese nuevo final, rompen moldes y consiguen hacernos olvidar el anterior, entrando a saco en un epílogo holocáustico y devastador tan inesperado como perfectamente resuelto.
En definitiva, un producto poco innovador que, sin embargo, demuestra el dominio de sus realizadores para crear climas ciertamentes escalofriantes.
Por cierto, ¿por qué a los orientales les salen unos fantasmas mucho más chulos que a los occidentales? Ciertamente curioso. Supongo que los deben ver con una mirada diferente. Un tanto rasgada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario