3.11.04

Woody y Woody

Después de su resbalón con Todo lo Demás, Woody Allen ha regresado con fuerza. Con uno de esos títulos que entroncan, directamente, con lo mejor de su filmografía y en la que juega, todo el rato, con sus dos caras, la de la tragedia y la de la comedia.

No es la primera vez que lo hace. Ya en Recuerdos... (Stardust Memories), el cineasta, a través de un clarísimo homenaje al 81/2 de Fellini, nos mostraba la historia de un director de comedias dispuesto a dar un giro trascendental a su carrera, abandonando el género y dando el salto hacia el melodrama más bergmaniano. Años más tarde, Delitos y Faltas significó el más claro ejemplo de la sabiduría de Allen en mezclar, magistralmente y sin fisuras, la tragedia más feroz con la comedia. Y ahora vuelve a la carga, a través de esta Melinda y Melinda.

De todas formas, en esta ocasión, intenta ser más original que en Delitos y Faltas, sin conseguirlo. La originalidad estriba en su narración. Melinda y Melinda son dos películas en una. Una es la Melinda trágica y la otra la Melinda cómica. Y, a través de las dos Melindas, el autor nos narra una historia similar, con la misma protagonista femenina, pero desde dos puntos de vista distintos. Mientras en uno carga las tintas en los aspectos más dramáticos y en las consecuencias más trágicas de los actos de sus personajes, en el otro recurre a su vis más cómica, su cara más popular, suavizando los perfiles de sus protagonistas y haciendo que los efectos de sus actos sean mucho más caricaturescos y divertidos

Como introducción a la propuesta y en el papel de narradores de excepción, Woody Allen cuenta con un par de escritores teatrales que, planteándose cual de las dos opciones es la mejor para contar cierta ficción, se inventan el personaje de Melinda y, desde sus respectivos bandos, van avanzando en la descripción de una mujer que entra en la vida de otros de manera inesperada, como aquellos deux ex machina de las grandes tragedias clásicas. Como curiosidad, valdría la pena citar que esos maestros de ceremonias están interpretados, desde el lado dramático, por el cineasta Gene Saks y, desde el burlesco, por el actor e intelectual Wallace Shawn, en parte el alter ego de Allen en cuanto a autor se refiere.

Y digo en cuanto a su faceta de autor, ya que en Melinda y Melinda, en su parte cómica, Allen tiene otro alter ego. En todas las ocasiones en que el director no ha tomado el rol de actor en sus películas, ha convertido a su protagonista masculino en una especie de clon suyo, con sus tics, manías y sobreactuaciones. Así, gente como Kenneth Branagh, John Cusack o el mismísimo Sean Penn han acabado trasvistiéndose en el realizador neoyorquino. Ahora, el humorista Will Ferrell, un tipo criado en las filas del televisivo Saturday Night Live, ha acabado adoptando su personalidad, saliendo bastante bien parado tras ese disfraz alleniano.

Se podría hablar mucho sobre el modo narrativo de Melinda y Melinda. De la acertada manera en que se mezclan las dos historias, sin brusquedades y manteniendo cierto paralelismo argumental entre ambas. Del modo en que, durante su metraje, el realizador parece decantarse más por el tono melodramático, dándole a la parte más dicharachera un protagonismo más episódico, como contrapunto simpático a la Melinda más oscura, a pesar de que, en su epílogo final, el propio Allen (en boca de Wallace Shawn) apueste a favor de que, tratándose de cuatro días, nos tomemos la vida con un poco más de humor. También podría hacer una larga reflexión sobre el porqué, por primera vez en su extensa carrera, ha incluido en el metraje a dos personajes de color, con total entidad en su argumento, cosa que no había hecho jamás hasta ahora. Pero, ante todo y aparte de lo anteriormente expuesto, lo que sí vale la pena resaltar es la presencia de Radha Mitchell, una joven atractiva, a la que hace poco pudimos ver al lado de Denzel Washington en El Fuego de la Venganza, y que, en esta ocasión, interpreta a las dos Melindas a través de dos registros totalmente diferentes y, en ambos casos, de manera controlada y efectiva.

Si en algo se puede criticar el nuevo trabajo de Allen es en su estancamiento en las historias a contar, en donde los matrimonios en crisis se llevan la palma y en el que el bucle de desamores y enamoramientos, como casi siempre, se convierte en el epicentro principal. Y no sólo a sus pretextos habituales. También por esos ambientes concretos y cerrados, siempre los mismos, plagados de intelectuales, artistas y neoyorquinos europeístas; no en vano, la Melinda trágica, repite en varias ocasiones que su apellido, por parte de madre, es de ascendencia francés. Tengamos en cuenta que ese es su mundo, su universo personal, el ámbito que él conoce a la perfección, tanto o más que a la palma de su propia mano. A estas alturas, nos sería muy difícil ver a Woody Allen con un nuevo registro, alejado de toda esa fauna enfermiza cargada de dualidades internas.

Mientras siga haciendo buen cine, por mí, éste gran hombre puede continuar con lo mismo de siempre. Yo, al menos, disfruto con ello.

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