10.1.07

La criptonita no mató a Superman

La noche del 16 de junio de 1959 apareció, en su casa de Hollywood, el cadáver del actor George Reeves con una balazo en el cuerpo. El departamento de policía de Los Ángeles dio el caso por cerrado, calificándolo de suicidio, aunque la madre del difunto, no creyendo en la teoría policial, decidió contratar a un detective privado para desvelar qué se escondía tras la muerte de su hijo. Esta es la premisa verídica de la que parte Hollywoodland, el debut en el campo del largometraje de Allen Coulter, un hombre con amplia experiencia como realizador en el mundo de la televisión a través de series como Los Soprano y Expediente X, entre otras.

Al igual que La Dalia Negra, el film de Coulter se inscribe en el género negro, aunque éste, al contrario que el de De Palma, aboga más por rastrear en los trasfondos psicológicos de sus protagonistas que en crear un producto más enfocado hacia el misterio y la intriga. Para ello, Hollywoodland está narrado desde dos planos distintos, aunque totalmente paralelos. Por un lado, la cámara sigue los pasos de Louis Simo, el detective encargado del caso, y por el otro -mediante un sinfín bastante farragoso de flash-backs-, se adentra en los avatares del desaparecido George Reeves, un actor de tres al cuarto que, soñando con alcanzar el estrellato al precio que fuera, acabó triunfando al dar vida al personaje de Superman en una serie televisiva, Adventures of Superman, durante 104 episodios.

Allen Coulter, a través del guión de Paul Bernbaum, se muestra altamente cínico con el glamouroso y falso Hollywood de los años 50. En este aspecto, se encuentra la mejor baza de un film irregular aunque plagado de buenas intenciones. El mero hecho de cargarse, con cierta mala saña, un universo de riquezas y podredumbres como el creado por la fauna que habitaba (y habita) los aledaños de Sunset Blvd., hace que de por sí Hollywoodland merezca todos mis respetos. Y para darle más empaque, opta por un desenlace original y altamente sorpresivo pues, además de “emparejar” (entre comillas) la vida del investigador con la del difunto Superman, rompe cualquier tipo de previsibilidad con su atípica resolución.

Si a ello le sumamos la vibrante presencia de una madura y aún apetecible Diane Lane (en uno de los momentos más álgidos de su carrera) y la sana y atinada gamberrada de elegir a un actor, tan endeble y ñoño como Ben Affleck, para interpretar al también soseras de George Reeves, se podría aseverar que se trata de un título brillante. Pero para desmontar tal asomo de brillantez, ahí está la presencia del sobrevalorado Adrien Brody quien, con su aturdida recreación del detective Louis Simo, rompe cualquier tipo de alarde interpretativo logrando, al mismo tiempo, que la cinta empiece a cojear en cada una de las escenas en las que aparece.


No sólo es la renqueante actuación de Adrien Brody la única culpable de hacer trastabillar la cinta, pues el lento y cansino ritmo con el que está narrada la acaba convirtiendo en un producto aburrido, en exceso frío y desangelado. Y ello ya sin referenciar ese elevado toque de pedantería repetitiva a la hora de recrear, con demasiada insistencia, las diversas hipótesis sobre la muerte del actor.

Hollywoodland: una de cal y otra de arena para demostrar que en Hollywood no es criptonita todo lo que reluce.

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