20.1.07

Abre los ojos por Lazenby

“Todo gran espectáculo de magia consta de tres actos. En el primero, el mago nos muestra una cosa normal, algún objeto cotidiano; en el segundo, realiza algo extraordinario con él y, finalmente, en la tercera parte de la ilusión, la que los especialistas denominan el prestigio, el buen artista devuelve a su escenario -de forma sorprendente- la normalidad más absoluta”. Esto es lo que explica, en resumidas cuentas y al principio de El Truco Final (El Prestigio), el personaje de Cutter (un excelente y sobrio Michael Caine), un ingeniero que utiliza sus conocimientos para diseñar trucos de magia destinados al lucimiento de ilusionistas.

En este caso, el realizador Christopher Nolan actúa ante la platea como si se tratara de un mago y, de manera deliberada, rizando el rizo, muestra los tres actos del gran truco que se amaga en The Prestige. Y ello lo hace de forma desordenada y simultánea. Empieza por el final, impactantemente, zarandeando al espectador en su butaca para captar, al instante, su atención mediante un montaje ágil y trepidante. Demuestra una vez más su maestría en la edición, tal y como ya hizo en la interesante Memento, aunque en esta ocasión recurre a una narración mucho más clásica.

Este filme tiene ciertos puntos de contacto con El Ilusionista, otra cinta ambientada en la época victoriana y con el mundo de la prestidigitación como telón de fondo. Pero todo lo que en aquella sonaba a simplicidad y monotonía, en The Prestigre resulta más complejo y ameno. De entrada, el público asiste -en primera fila- a la rivalidad creada entre dos magos, Robert Angier (Hugh Jackman) y Alfred Borden (Christian Bale), transformándose en testigo de excepción de los motivos que han causado la citada pugna entre dos colegas que, tras haber trabajado juntos durante mucho tiempo, acaban convertidos en acérrimos adversarios y cuyas principales armas, para llevar a cabo su particular guerra, radicarán en el sabotaje, consiguiendo, con sus maquiavélicas acciones, los mejores pasajes del film. Paralelamente, Nolan introduce en la historia otra contienda–ésta de tipo científico- entre Thomas Alva Edison (el cual no aparece en ningún momento en pantalla) y el investigador Nikola Tesla (un enigmático David Bowie).

La cinta de Nolan va desvelando pequeños secretos de magia al tiempo que prepara al espectador, poco a poco, para asistir a su gran truco final, el cual va mostrando a retazos, como si se tratara de pedazos de un rompecabezas. Al igual que todo buen mago, logra distraer la atención de un detalle que el público tiene constantemente ante sus ojos, guiando la mirada de éste hacia donde él desea para, desde allí, enseñarle sólo pistas falsas; en definitiva, haciendo del engaño un arte.

Particularmente, el film me ha fascinado. Este director está demostrando, título a título, que puede ser (sí no lo es ya) uno de los grandes valores de la cinematografía actual. Mientras esperamos su próxima película, The Dark Night –la continuación de su excelente y personal retrato de Batman-, alguna distribuidora, o quizá algún canal televisivo, podría obsequiarnos con su ópera prima, Following, un largometraje de cine negro rodado en 1998 y que pasó con cierto éxito por festivales de cine, aunque jamás llegó a estrenarse en nuestro país.

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