El sevillano Benito Zambrano -que se dio a conocer con la dura y exitosa Solas-, tras un largo paréntesis en el que solo rodó la miniserie televisiva Padre Coraje, regresó en el 2005 a las carteleras cinematográficas con Habana Blues; una película con la cual el director también volvió a Cuba, país en el que curso parte de sus estudios de cine (una carrera de la que acabó graduándose en 1994).
Habana Blues es ante todo un film de personajes, aunque dotado de un tipo de narración totalmente distinto al de sus anteriores trabajos. En él cuenta los problemas de un par de músicos de La Habana y sus vicisitudes para triunfar en ese vocacional y difícil universo. Cuando parece que sus dificultades están a punto de terminar -debido a la aparición de los representantes de una discográfica española-, deberán hacer frente a decisiones mucho más vitales para afrontar su futuro.
La película está realizada como si se tratara de un documental, casi sin diálogos en muchas de sus escenas y aderezada, simplemente, con la música: la banda sonora de una ciudad arquitectónica y moralmente destrozada y en pleno proceso de decadencia. Hip-hop, rock y sobre todo blues; esos blues que dan título al producto y que, junto a los otros estilos, forman parte de la lucha y la rebeldía de sus protagonistas por abrirse un hueco en el mundo de la música; unos sones muy alejados de los tópicos de la salsa, los merengues y demás ritmos caribeños.
El inicio del film significa, para mí. su parte más dura. Parece que no exista guión alguno y que todo se limite a mostrar garitos de ensayos y paseos por la ciudad pero, poco a poco, la historia empieza a avanzar, centrándose más en los personajes y descubriendo facetas más íntimas de éstos. El entorno familiar, sus anhelos, sus fracasos y las ilusiones por triunfar en un país en el que todo resulta más difícil, aparecen al desnudo ante la cámara.
Para darle más verosimilitud a la historia, Zambrano hizo un casting con actores noveles y desconocidos, entre los que eligió como protagonistas principales a Alberto Joel García Osorio y Roberto Sanmartín (este último denota ciertos problemas de dicción que se ven agravados por el sonido directo), mientras que las únicas caras conocidas son las de los catalanes Marta Calvó y Roger Pera, quienes interpretan a los trabajadores de la discográfica; una discográfica convertida en metáfora de un mundo capitalista que intenta aprovecharse de ese tercer mundo al que aparenta querer ayudar.
Un título irregular y muy por debajo de su magnífica ópera prima que, de todos modos, tiene a su favor el saber levantar su poco esperanzador inicio a medida que avanza su metraje, llegando incluso a una bella apoteosis final en la que se aúnan, a la perfección, los sentimientos con la música (apartado, este último, que le valió un Goya a mejor banda sonora original). Entre sus defectos se encuentran lo ininteligible de algunos diálogos y ese tedioso punto de arranque ya citado: un preludio en el que además se alojan los temas musicales menos inspirados del film. A pesar de sus errores, es un producto interesante a recuperar gracias a sus actuales pases televisivos en Digital + o a través del formato videográfico que prefieran.
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