25.1.07

EN RESUMIDAS CUENTAS: De suicidios y de brujos pijos

Daniel Monzón, un realizador procedente del mundo de la crítica, debutó tras la cámara en el 2000 con la insufrible (y pedantilla) El Corazón del Guerrero para, un par de años más tarde, reincidir con otro despropósito disfrazado de comedia, El Robo Más Grande Jamás Contado. Si he de serles sincero, en ninguno de los dos casos llegué a soportar todo el metraje en su integridad.

No es de extrañar que, con tales precedentes, no me fiara demasiado de su nuevo título, La Caja Kovak, quizás el más ambicioso de todos sus trabajos hasta el momento, y en el que abandona la comedia para adentrarse en atmósferas más enrarecidas. Y la verdad es que, tanto su planteamiento como el arranque, resultan incluso sorprendentes. Un escritor de novelas de ciencia-ficción y varios suicidios inducidos, se barajan en una trama que tiene como escenario principal la isla de Mallorca, la tierra natal del director. La historia prometía morbo y tensión pero, a medida que empieza a desvelar su intríngulis, ésta comienza a perder gas a marchas forzadas y apunta, peligrosamente, hacia derroteros que rozan lo más ridículo, llegando a un clímax final (en las cuevas de Andratx) de lo más desmelenado e irrisorio.

La presencia de un inexpresivo Timothy Hutton es tan sólo un mero reclamo para aumentar las posibilidades de venta del producto fuera de España. Pura fachada y muy poca interpretación. Él tan sólo pone la cara (como si de un monigote se tratara) para luego cobrar: la única explicación posible a una labor tan desangelada. Con total seguridad, cualquier otro actor español le hubiera dado más personalidad y entidad a un personaje al que, el norteamericano, parece haberle dado vida con una desgana total. Todo lo contrario a lo que le ocurre a una esforzada Lucía Jiménez quien, con sus tremendas ansias de encontrar un papel interesante en su mediocre carrera, pone toda la carne en el asador y, mediante sus pocos recursos, saca adelante un rol tan imposible como previsible.

El día que a Monzón se le bajen los humos, a lo mejor hasta hace una película mínimamente potable. Difícil lo veo si antes, sus antiguos compañeros de oficio, no dejan de ensalzarle de manera tan falsa y engañosa.

El otro que no da pie con bola es Renny Harlin. Lo que ha hecho con La Alianza del Mal no tiene nombre. Cine basura made in USA. Caca de la vaca. Arriesgar lo mínimo es su lema. Y es que el hombre apunta hacia lo más fácil. Es por ello que ha recurrido al patrón implantado por Embrujadas, una (horrible) serie televisiva, de inexplicable éxito, en la que sus protagonistas –tal y como indica su título- son jovencitas brujas y pijoteras (aunque de muy buen ver todas ellas).

Harlin no ha hecho más que sacarle su pequeño toque de comedia y cambiarles el sexo a los personajes principales de la citada serie, creando con ello una repulsiva estampa de niñatos bien peinados y de posturitas estudiadas. Brujos de diseño al servicio de un film caótico, sin apenas guión y cargado de multitud de efectos especiales, metidos a saco con la única intención de embaucar al espectador menos exigente. No contento con ofrecer un desfile de teenagers de pasarela haciendo el ganso, el realizador de la patética Las Aventuras de Ford Fairlane, quiere demostrar su apasionada cinefilia y, para ello, se atreve incluso a hacer algún que otro guiño a Jóvenes Ocultos, uno de los mejores títulos del irregular Joel Schumacher.

Les puedo asegurar que, en un principio, no tenía ninguna intención de ver La Alianza del Mal, pero su estoica permanencia en la cartelera de Barcelona me picó la curiosidad. Y, tal como dicen, fue ésta la que acabó matando al gato.

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