Hay películas buenas y hay películas malas, pero lo peor que le puede pasar a una película es ser mala e innecesaria. No sé si me explico del todo, pero para muestra, un botón. O sea, Hasta Que la Ley Nos Separe.
Se trata de una comedia (o mejor dicho, comedieja, tal como suena, así, en tono despectivo) sobre dos abogados divorcistas de sonrisa Profident (Pierce Brosnan y Julianne Moore) que, enfrentados profesionalmente en los tribunales y de caracteres totalmente opuestos, acabarán convertidos en matrimonio de manera casual. Original... ¿verdad? El tal Peter Howitt, el farsante inventor de tamaña osadia, es de suponer (que ya es mucho suponer) que ha querido hacer un homenaje a aquel cine rosado que, en los 60, llenó las pantallas de todo el mundo con los rostros de Rock Hudson y Doris Day. Aunque más que un homenaje es una afrenta, ya que al menos, aquellos títulos, tenían su gracia, su guión más o menos estructurado y la pareja en sí funcionaba a la perfección, pues tenían una química especial, por mucho que les pese a algunos.
Y es que, hablando de química, el Brosnan y la Moore no pegan ni con cola de impacto. Todo lo contrario. Son dos actores que juntos se repelen, como eso de los polos positivos y los negativos. Aparte que ella, una mujer que en multitud de ocasiones ha demostrado ser una actriz impresionante (sobre todo a la hora de enfrentar complejos papeles en el contexto del cine independiente), se encuentra totalmente perdida en medio de una comedia (o comedieja) de esta índole, forzando continuamente su interpretación ante un Brosnan tan apayasado como cargante. Un Brosnan que, aparte de chupar cámara en todo momento (por algo es el productor), se está convirtiendo a marchas aceleradas en un doble de Pepe Navarro..., o viceversa (es que no tengo remedio y desde hace muchos años veo duplicados de gente por todas partes).
La comedieja (o comedia, para los menos malvados) no sólo bebe de las fuentes establecidas por ese cine edulcorado -aunque entrañable- del tándem Hudson-Day. También tiene otro claro antecedente. Un antecedente mayúsculo. Se trata de La Costilla de Adán, de George Cuckor, con Spencer Tracy y Katharine Hepburn, en el que la pareja formada por un matrimonio de letrados se enfrentaban entre ellos directamente al llevar a los tribunales un mismo caso desde ángulos opuestos y que, en parte, ayudó a acabar de sentar las bases, en el séptimo arte, del eterno tema de la guerra de sexos, al tiempo que Tracy se marcaba unas surrealistas cabriolas ante el juez. Unas cabriolas similares a las que, en un inserto patatero, tipo vídeo-clip y sin venir a cuento, hace nuestro ex James Bond sobre la mesa de un juzgado
Entre una película y la otra hay un abismo. Es más, comparar la comedieja con el film de Cuckor es casi un insulto para esta joya. Más valdría equipararla con otra sosez, Crueldad Intolerable, tan boba e insufrible como la de Howitt, por muchos hermanos Coen que estuvieran tras el proyecto (en teoría) gamberro.
¿Entienden ahora lo de mala e innecesaria? Existiendo varios títulos anteriores mucho más frescos, se podrían haber ahorrado filmarla. Y todos más tranquilos.
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