7.10.04

De padrastro no hay más que uno

A pesar de que el coche sigue haciendo el idiota, he podido ver, ¡por fin!, Hellboy, la película de mi alter ego, la de Guillermo, Guillermo del Toro. Y, la verdad, a pesar de mis pesimistas previsiones, la película me ha entretenido.

Como todos saben, la película está basada en los cómics de Mike Mignola y, concretamente, en el personaje de Hellboy, un ser diabólico, rojizo y astado que, tras ser adoptado por un parapsicólogo, acaba criándose bajo el signo de la bondad y adorando sobremanera a su benefactor padrastro. Empleado en una secreta organización gubernamental, especializada en la caza y captura de monstruos, no tardará en ser reclamado por sus verdaderos creadores, una infernal legión de nazis capitaneada por el oscuro Grigori Rasputin.

Lo mejor de la película (como la mayoría de productos de Guillermo del Toro) se encuentra en su escenografía, su brutal imaginería visual. Gótica, funesta y soterrada, nos acerca, en todo momento, a la conseguida atmósfera de su ópera prima, Cronos, tanto por su estética como por esa pasión enfermiza que demostraba por los mecanismos y piezas de relojería de todo tipo, aquí depositadas, una tras otra, en la particular guarida y en el propio cuerpo de uno de los seres diabólicos protagónicos, un nazi metalizado por cuyas venas corre serrín en lugar de sangre. Al mismo tiempo recupera también otra de sus obsesiones más íntimas, la iconografía religiosa, a través de crucifijos y algún que otro ángel, una iconografía, por otra parte, muy típica de su país natal, Méjico, así como de nuevo vuelve a recurrir a los submundos sombríos del metro, en claro homenaje a su primer filme norteamericano, la interesante Mimic. Y todo ello sin olvidar el gran guiño a Steven Spielberg y su trepidante En Busca del Arca Perdida, a través un magnético prólogo, ambientado en la Segunda Guerra Mundial y en el que se mezclan nazis y poderes sobrenaturales

Como pueden suponer por todo lo descrito anteriormente, éste es un proyecto ciertamente personal. De hecho, realizó la tontería esa del Blade II con la única intención de acabar de introducirse en el mundillo de Hollywood y colarles el producto que ahora nos ocupa. Una operación que, por lo visto, le ha salido redonda y en la que también se ha involucrado, al cien por cien, su protagonista principal, otro de los alter egos de Guillermo, el gran Ron Perlman, aquel que se hiciera famoso por interpretar a un hombre prehistórico en En Busca del Fuego y que, por otra parte, ha estado ligado a la filmografía del realizador desde sus inicios. Maquillado bajo la piel del atípico superhéroe Hellboy, curiosamente me recordó más en su fisonomía a Charlton Heston que al propio Perlman. Fíjense bien en su careto y verán como tengo razón.

Con mucho menos presupuesto que otras charlotadas fantásticas y de corte similar (Van Helsing, recientemente, es un buen ejemplo de ello), Guillermo ha conseguido un entretenimiento acelerado y con una buena dosis de humor negro (¡que genial resulta ese cadáver resucitado y con la soga al cuello!), al que sin embargo le sobran algunos de los chistes grotescos escupidos por Hellboy y unos veinte minutos de metraje, ya que pesan demasiado esas dos largas horas de proyección.

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