A punto está de ser estrenada la nueva y esperada entrega de Alien. Bueno, de Alien y de Depredador, a través de ese Alien Vs. Predator, un duelo alienígena que muchos de ustedes (yo el primero) están esperando con ganas. Y con cierto temor, ya que, si piensan como yo, creerán que tantas continuaciones no pueden ser muy positivas... y menos si en ésta no sale la belicosa Ripley.
Es el momento ideal, antes de su llegada a las pantallas españolas, de darle un repaso a las que fueron mis impresiones en la época en que se estrenó el cuarto episodio de la saga sobre Alien, concretamente Alien: Resurrección.
En primer lugar, querría dejar latente la poca fe que depositaba en ese proyecto, ya que, personalmente, nunca me había sentido atraído, hasta ese momento, por el universo particularísimo del francés Jean-Pierre Jeunet quien, en comandita con Marc Caro, había realizado la sobrevalorada Delicatessen y la pedantería insufrible y vacía que supuso La Ciudad de los Niños Perdidos. Para evitar mayores recelos, tuve suerte de que la exitosa Amelie llegara cuatro años más tarde, pues siempre pensé que se trataba de una cinta vacía y repetitiva que malgastó todo su poco ingenio en la cuidada puesta en escena, y poca cosa más, aparte de su divertido fragmento inicial.
De todas maneras, y volviendo a los tiempos anteriores a la citada Amelie, un servidor era totalmente consciente de que lo mejor de su cortísima (e irregular) filmografía reposaba en su excelente imaginería visual. Es por todo ello que no me acababa de fiar de lo que este director europeo podría llegar a hacer con la cuarta entrega de Alien, una serie que, por otra parte, ya había sido maltratada en su anterior episodio, Alien 3, por un debutante y video-clipero David Fincher, años antes de su estimable Seven. Pero la verdad es que, tras ver Alien: Resurrección, tuve que dejar de lado todas mis reservas más negativas y rectificar en mi desconfianza (pues dicen que eso es de sabios), ya que gracias a Jeunet y a su universo bien aplicado, ese nuevo capítulo de la saga, iniciada por Ridley Scott, quedaba a un nivel muy similar al del trepidante Aliens de James Cameron, tanto en concepto como en forma. Todo ello, evidentemente, salvando sus numerosas distancias.
Potenciando al máximo su particular mundo deformante y a sus estrambóticos y caricaturizados personajes, Jeunet nos colocó de llenó en medio de un Alien atípico, a la francesa, en el que una gigantesca Sigourney Weaver –200 años después de su suicidio y lejana su etapa como marine- se convertía en un animal intuitivo y maternal, aunque atendiera igualmente por el nombre de la guerrera Ripley (uno de esos problemas que implica la clonación), secundada, en todo momento, por una extraña fauna de humanos fácilmente confundibles, por su fiereza y aspecto, con los alienígenas con los que tenían que medir sus fuerzas.
Piratas espaciales -sin nada que envidiar a los ideados por Álex de la Iglesia para Acción Mutante-, militares obtusos y alucinados –casi, casi recién escapados del Teléfono Rojo... de Kubrick- y alienígenas recién salidos del cascarón, furibundos y babeantes, se aunaban para obsequiarnos con una maravillosa (e inesperada) cinta de ciencia-ficción, plagada de acción, tensión y de espectaculares y cuidados efectos especiales. Vaya, que sin proponérselo, salvó a la serie tras el desastre de su tercera parte. Alabado sea Jeunet por ello.
Su argumento es lo que menos me interesó de Alien: Resurrección. De hecho, me importaba un bledo que unos científicos militares se propusieran resucitar a unos extraterrestres desaparecidos centenares de años antes, o que una Ripley depresiva se debatiera entre el amor consanguíneo o el instinto de supervivencia... Lo más interesante se encontraba en las laberínticas situaciones que vivían sus protagonistas, para liberarse de la violenta especie resurgida, narrado, todo ello, con un singular sentido del humor y a través de originales e inesperados guiños cinéfilos, quedando grabados, por ese motivo y en la retina del espectador, títulos tan conocidos y populares como En Busca del Fuego (a través de alguna que otra referencia del propio Ron Perlman, protagonista, en tiempos, de esa película) o de la mismísima Aventura del Poseidón (la huida bajo el agua perseguidos por aliens subacuáticos).
Un entretenimiento total, desde el principio hasta el fin, como es debido en el cine. Con palabras mayúsculas. Aunque, eso sí, incapaz, como el resto de la serie, de hacernos olvidar al Alien original, el Alien de entre todos los Aliens. Esa, como diría Carlos Pumares, era de reclinatorio.
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