Hacía mucho tiempo que tenía ganas de verla. Se me escapó en su estreno ya que, inexplicablemente, duró un par de semanas en cartelera. Hoy, al fin, he conseguido el DVD de The Cooler y he gozado ante la propuesta de Wayne Kramer, su director.
Primero, antes de que llegara a nuestro país, descubrí su brillante banda sonora, Compuesta con total delicadeza por uno de los grandes (y no suficientemente valorado), Mark Isham. En este caso, su música entronca directamente con el más puro cine negro, con claros paralelismos con uno de los clásicos del desaparecido Jerry Goldsmith, Chinatown. En definitiva, la mejor manera de adornar una cinta contundente, de perdedores natos.
The Cooler nos narra una historia cáustica, la de un tipo infortunado, un gafe de tomo y lomo, empleado en el Sangrih-La, un casino de Las Vegas. Su misión en el local es sencilla: dar rienda suelta a su infortunio y pasar la mala suerte a aquellos clientes a los que parece acompañarles en demasía la fortuna en sus apuestas. Y, a pesar de ello, por mucho que su arranque argumental lo pueda vaticinar, no se trata de una comedia, ni el Sangrih-La de este film tiene nada que ver con el de Capra, sino todo lo contrario. Su puntito de humor lo tiene, no hay que negarlo, pero un humor gélido, ácido, corrosivo. La cinta es dura, durísima, incluso agresiva. Cine negro como el de antes, con chicas bellas, personajes decrépitos y situaciones angustiantes, siempre al límite.
Su director demuestra ser inteligente y busca su estilo propio. Huye de los imitados cánones (casi diría que impuestos en el género) desde que David Mamet filmara su House of Games. Sus personajes, localizaciones y temática le acercan a Mamet, pero el tal Wayne se sabe distanciar totalmente a la hora de mostrar su juego. Lo hace sin malabarismos complicados. Al contrario que Mamet, arriesga al máximo y deja claro lo que puede acontecer. Se la podría tildar de previsible, pero no lo es. Ni por asomo. La realidad es que no esconde sus cartas y prefiere que el espectador intuya. Para ello, rehusa la estrategia gastada de los giros argumentales inesperados y deja que tan sólo nos sorprendan las emociones, nuestros más íntimos y amagados sentimientos.
Supersticiones y gaferías envuelven a todos sus personajes, marcados por una viciada ciudad de Las Vegas. Y a ellos les dan vida un grupo de actores increíbles, geniales. Alec Baldwin (nominado, en este caso, al Oscar como mejor secundario) ratifica el rol que mejor se sabe desde hace unos años, el del tipo perverso, de sentimientos duales y de desagradable trato para con los demás. Maria Bello aprovecha para sacarse de encima el estigma El Bar Coyote y vuelca sus sorprendentes dotes interpretativas, perfilándose como un gran descubrimiento. Y William H. Macy, aquella extraña figura, mitad Elton John, mitad Muñeco Parlanchín, adepto al cine de los gamberros independientes del Hollywood actual, consigue el papel de su vida, un papel protagonista que le viene como anillo al dedo.
Si no la vieron en su día, píllenla en el vídeo-club y déjense llevar por el claustrofóbico y contaminado ambiente que vive el gafe de Bernie Lootz, el personaje de Macy. Creo que no se arrepentirán. Es una joya en estado puro. Por descubrir.
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