5.4.08

Ustedes lo han querido: TOBI

A Tobi, el pequeño y único hijo de un matrimonio de clase obrera, le aparecen dos preocupantes bultos en la espalda, los cuales, al poco tiempo, se transmutarán en un par de alas angelicales. Ante tamaño fenómeno, la medicina convencional no encontrará explicación posible, mientras que un grupo de científicos, pertenecientes al Instituto Nacional de Biología Molecular, pretenderán convertirlo en su mayor conejillo de indias. Los medios de comunicación van locos por conseguir una entrevista en exclusiva con los padres de tal rareza viviente; unos padres que sufren en silencio el circo que se ha montado alrededor de su querubín.

Esta es, ni más ni menos, la trama principal (y única) de Tobi, una película escrita y dirigida por un Antonio Mercero que, en la confección de su delirante guión, fue ayudado por Horacio Valcárcel, el mismo que un año antes, en 1977, colaborará con el realizador en la brillante y divertida adaptación de la novela de Miguel Delibes La Guerra de Papá. De hecho, el éxito obtenido por la citada cinta, provocó que se recurriera de nuevo a su principal protagonista, el niño Lolo García, con la finalidad de orquestar un producto (en teoría, similar) para su absoluto lucimiento. La diferencia entre ambas estriba en que, a pesar de su sencillez, la intimista historia de Delibes (en donde se retrataba, de manera ingeniosa, el particular universo de los más pequeños de la casa), resultaba mucho más trabajada y atractiva que la pésima propuesta de Tobi.

Y es que Tobi -aparte de ser un film precipitado que transmitía una fábula cursi con angelito incluido-, no posee ni una gota del frescor que se desprendía del visionado de La Guerra de Papá. El intentar repetir la misma fórmula, aunque dotándola de un imposible tono fantástico para distinguirla de la anterior, fue el principal error de un cineasta irregular que, sin embargo, ha demostrado su valía en varias ocasiones. Aunque siempre con sus defectos a cuestas, su cine pocas veces ha sido tan ampuloso y engañoso, adentrándose, con mayor o menor fortuna, en la plasmación de temas muy populares. Por desgracia, en este ridículo cuento, no fue así, llegando incluso al extremo de perseguir, con todo el descaro del mundo, la lágrima del espectador durante los minutos finales de proyección.

A Lolo García, el serafín, se le nota forzado; la naturalidad de su anterior interpretación se extinguió por completo. El salto de ese entrañable Quico de La Guerra de Papá al repelente Tobi no le sentó nada bien. No es de extrañar que, a excepción de alguna que otra (y mínima) aparición posterior, se apartara definitivamente del mundo del cine, dedicando su existencia a otros quehaceres más positivos para él: un niño prodigio que jamás llegó a desarrollarse con total plenitud.

De nada sirvió que, para potenciar tal desmelene, colaboraran rostros tan conocidos de la pequeña pantalla, en esa época, como los de Manuel Martín Ferrand o Joaquín Prat. La historieta no daba para más y, durante su metraje, luchó, sin resultados positivos, para aposentarse a medio camino de la comedia y del melodrama. Para ser sincero, Tobi funciona mucho mejor en sus mínimos esbozos de comedia palurda, muy a lo spanish show, que en sus momentos teóricamente emotivos. En ese aspecto, el personaje del padre, un honrado trabajador de una fábrica de bombillas al que dio vida Francisco Vidal (un tipo con cierto parecido físico con Fernando Guillén Cuervo), logró los más recordados y casposos chistes de la función: “A Tobi le han salido alas porque tú, María, le das demasiado pollo para comer”, le dice el hombre a su esposa no sin antes haber afirmado, de forma rotunda y ante un desmayo de la susodicha, “mi mujer acaba de sufrir una linotipia. Éstas, como mero ejemplo de la locuacidad de tal ejemplar hispano, son tan sólo un par de las múltiples frases que ese padre alterado desgrana al más puro estilo de los payasos de la tele. Y es que ese tipo, que además atiende por el nombre de Jacinto, no tiene desperdicio.

Un producto, en definitiva, difícil de tragar. Tramposo y tópico, de los que enfrentan la figura del Bien y del Mal de manera patatera. El ángel Tobi vs. El diabólico Doctor Burman (un patético Ángel Mejuto), el científico perverso que desea, a toda costa, experimentar con los apéndices plumíferos nacidos en la espalda del desamparado niño. Añádanle, a todo ello, la exagerada aparición de una malvada Silvia Tortosa en el rol de una publicista sin escrúpulos y sabrán, en verdad, lo que significa putear a un ángel.

Tres años después, en 1981, Antonio Mercero se embarcó en la dirección de una de las series más veces emitidas por TVE, Verano Azul. Non Comment. Suerte que, en 1988, tras una de las casposidades más infumables del cine español como fue Buenas Noches, Señor Monstruo, volvería a recuperar parte de su fuerza inicial gracias a la sencilla y funcional Espérame en el Cielo, una ficción satírica sobre la presunta existencia de un doble de Francisco Franco.

1 comentario:

Unknown dijo...

Andres Mejuto, como el Dr. Burman