3.9.07

Ustedes lo han queirdo: LA FURIA DEL TIGRE AMARILLO


Tenía unos 14 años cuando vi por primera vez La Furia del Tigre Amarillo. Fue en el Maragall, un desaparecido cine de barrio de Barcelona que, durante una larga temporada y antes de cerrar definitivamente sus puertas a mediados de los 80, se reconvirtió en sala de repertorio. Antes de ello, entrados los 70 y en un programa doble, fue cuando asistí a uno de los pases de la citada película del hongkonés Cheh Chang. Bruce Lee había iniciado la fiebre por el cine de artes marciales y la de Chang llegó a nuestras pantallas como una cinta más de entre la mediocre avalancha de títulos en los que el kung fu y el ketchup compartían, a partes iguales, la mayor parte de sus metrajes. Para más INRI, por aquel entonces, Televisión Española había estrenado una nueva serie para la medianoche de los sábados; se trataba del mítico y místico Kung Fu, una especie de western psicotrónico en el que David Carradine daba vida a Caine (más conocido familiarmente como Pequeño Saltamontes o el colgado del macutito), un tipo que, en defensa de la justicia, aplicaba en el Lejano Oeste las enseñanzas recibidas por un maestro oriental cegato. A partir de este entusiasmo colectivo por el género, las calles de mi ciudad se poblaron de jovencitos con aspecto de quincorro quienes, en honor a los héroes de esos productos, iban soltando patadones al aire y emulando sus rocambolescas posturas de ataque y lucha. Un espectáculo ciertamente lamentable que, con el paso de los años, ha dado paso a una generación de adultos cincuentones aquejados de tortícolis y enfermedades musculares de todo tipo... Pero vayamos al grano, que ya empiezo a parecerme al abuelo Cebolleta con sus batallitas..

La verdad es que de La Furia del Tigre Amarillo conservaba una imagen bastante difusa. Es más: durante mucho tiempo pensé que se trataba de El Luchador Manco, otro film de similares características realizado, al igual que el de Cheh Chang, en 1971. De hecho, el cine de artes marciales nunca ha sido un género que me haya interesado demasiado pero, en este caso, hubo una escena que quedó grabada en mi mente y que precisamente, a lo largo de muchos años, he ido asociando erróneamente con el otro título. Y es que la parte final de La Furia del Tigre Amarillo es ciertamente delirante y atípica pues, en ella, un espadachín tullido, falto de un brazo y él solito, derrotaba a más de un centenar de enemigos que quedaban tendidos y desangrados a lo largo y ancho de un inmenso puente; un puente que daba paso a una espectacular fortaleza. Mi cabecita impúber atesoró ese momento cinematográfico como oro en paño, aunque se olvidó de almacenar su título correctamente en el disco duro.

Hace un par de años pude hacerme con una copia de El Luchador Manco. Y cual fue mi gran sorpresa cuando descubrí, tras visionarla, que en ella no había ni puentes ni fiambres. Durante 33 años la mente me había jugado una mala pasada. Justo ayer por la tarde clausuré ese puzzle mental que me privaba del sueño casi cada noche de mi vida. Y todo gracias a una petición de uno de ustedes. Por fin descubrí que la inolvidable imagen del puente y los muertos pertenecía a La Furia del Tigre Amarillo. Lo único que tienen en común los dos títulos es que, en ellos, hay mucho kung fu, un mogollón de enfrentamientos a espadazo limpio y, ante todo, que a sus respectivos protagonistas les falta un brazo. En cuanto al resto, a pesar de estar inscritos dentro del mismo género y denotar inevitables paralelismos, resultan bastante distintos en su contenido y resolución. El Luchador Manco se me antoja bastante desastroso en cuanto a realización y puesta en escena se refiere, decantándose más hacia las coordenadas del cine basura que a las de un producto más lúcido y formal. En cambio, La Furia del Tigre Amarillo destila una corrección no muy habitual en el cine de artes marciales de los 60 y 70.

Algunos la han catalogado de obra maestra y de clásico del Séptimo Arte. Una exageración como cualquier otra. El que sea un trabajo visible y destaque por encima de otros similares, no es sinónimo de magnificencia. Hay que ser francos y reconocer que el guión y sus diálogos son de lo más básico e infantil que uno pueda tirarse en cara. Y ello sin darle tampoco demasiada relevancia a su banda sonora la cual, firmada por una especie de impostor que atendía por Yung-Yu Chen, copió con tremebundo descaro algunos de los temas que John Barry compuso para la serie James Bond, remezclándolos al mismo tiempo con una sintonía que en nada desentonaría colocada en cualquiera de los spaguetti-westerns que por aquel entonces se rodaban en Almería. Todo un reto auditivo y psicodélico para el espectador y que, sin embargo, le sirvió a Cheh Chang para afianzar aún más ese aspecto de película del Oeste de serie B que aflora de su proyección, tal y como demuestra la escena que acompaña a sus créditos iniciales y durante la cual, David Chiang, su protagonista, derrota a varios enemigos yendo a lomos de un caballo.

La historia que cuenta La Furia del Tigre Amarillo es la de siempre, la de toda la vida. Desde John Ford hasta Joaquín Romero Marchent, multitud de realizadores han recurrido a la figura del héroe caído en desgracia y que, tras ser abatido en un combate, decide refugiarse del mundanal ruido con la intención de olvidar su pasado; un hombre torturado que, en plena decadencia, deberá regresar a la acción motivado por una venganza personal. Hay que tener en cuenta que además, en este caso, el tipo está doblemente atormentado, pues ha sido obligado por un villano a automutilarse el brazo derecho, acto que le hace perder el arte y el gracejo que demostraba en el dominio de la lucha con un par de espadas gemelas. Heroísmo, retiro, meditación y desquite; un desquite tras el que se esconde una velada referencia gay, pues la única mujer que aparece en toda la película ejerce tan sólo de florero ornativo... Para todos aquellos que estén interesados en una mayor información sobre su desarrollo argumental, les recomiendo el extenso y detallado post que sobre el film le dedicó mi cuñado absence, todo un entendido en la materia que, sin embargo y al igual que un servidor, vivió varios años con la misma confusión de títulos.


Lo mejor de La Furia del Tigre Amarillo se localiza en su modélica filmación (apoyada en sinuosos barridos de cámara y numerosos travellings laterales y frontales) y en un magnífico tratamiento de la fotografía, capaz de beneficiarse al cien por cien de las posibilidades que ofrece el (generalmente desaprovechado) formato scope. El modo de acentuar los colores chillones con la finalidad de contrastarlos con los más tenues, es toda una delicia, al igual que ocurre con la manera de plasmar sus elipsis narrativas. En este aspecto, hay una macabra elipsis en concreto que muestra el paso del tiempo a través de la putrefacción de la carne de lo que había sido el brazo derecho del combativo Lei Li, nuestro héroe, antes de caer en el pozo oscuro.

Un entretenimiento de ritmo acelerado, de los de hostia va, hostia viene. No esperen mucho más de las aventuras de un luchador manco que, en su retiro voluntario, termina trabajando de cantinero malabarista. Ni siquiera las coreografías de sus luchas me parecen bien perfiladas, pues la mayoría de enfrentamientos transcurren en un abrir y cerrar de ojos. Un ¡plif plaf! y a por otro enemigo al que degollar o agujerearle la barriga. Es lo que el público pedía y es lo que ni más ni menos supo ofrecerle el artesanal Cheh Chang quien, como buen amante de su oficio que era, además de sumir a las plateas en un frenesí colectivo, sacó partido a la coyuntura y se esmeró en perfeccionar un poco más la técnica de esos peculiares saltos que tanto apasionan a los matrixianos hermanos Wachowski.

En mi memoria, inevitablemente, seguirá residiendo el susodicho puente ensangrentado sobre el que yacen las víctimas de un manco rencoroso y furibundo. El resto, a pesar de su formalismo, acabará desapareciendo o fundiéndose con imágenes y escenas de otros productos casi idénticos. Y, en cuatro días, volveré a pensar que se trataba de El Luchador Manco.

2 comentarios:

Látigo dijo...

Cuando la viste en cines si que tenía su audio cinematográfico, cuando la has visto ahora ya no lleva aquel maravilloso doblaje pues ha sido doblada con nuevas voces para su edicion en formato doméstico. Una pena, aquel doblaje de cine era magistral y estaba mucho más cuidado el apartado de las frases y su guión...ya no te parecería tan infantil. Muchos títulos editados recientemente llevan otro doblaje, lo que pasa es que el público en general desconoce esta faceta, para mi, importantísima, pues imprime mucha personalidad y carácter a los personajes aparte de dar más calidad en sí a dichos filmes.

Látigo dijo...

Ah, se me olvidaba, lo mismo digo de "El luchador manco". Ver esta película con su audio de cine es toda una pasada...uno disfruta de ella al cien por cien...pero ya en su formato doméstico (DVD) no llevaba las voces del cine.

Saludos.