Tras un largo periodo, de casi quince años, realizando cuestionables encargos en Hollywood, el mejicano Luis Mandoki vuelve su mirada hacia atrás y regresa a un cine más personal y valiente. Rodado en su país natal, aunque simulando tierras salvadoreñas, Voces Inocentes supone una bienintencionada denuncia al reclutamiento de menores de edad en todas las guerras de nuestro planeta y, en particular, a la que tuvo lugar hace dos décadas en El Salvador.
Voces Inocentes repasa unos hechos, en teoría reales, acaecidos durante el transcurso de la guerra civil antes citada; una contienda que, iniciada a modo de protesta agrícola, se alargó a lo largo de una docena de años, de 1980 a 1992. Durante la misma, tanto el ejército gubernamental como las fuerzas guerrilleras del FMLN (formadas por cinco agrupaciones de izquierdas), reclutaron entre sus filas a niños de 12 años, a los que aleccionaron en el manejo de las armas. El film de Mandoki se centra en la figura del pequeño Chava, un chaval al que le falta muy poco para cumplir la edad que le convertirá en tiernecita carne de cañón. En espera de ese nefasto momento y en lo que hace referencia a sus relaciones con su madre y sus dos hermanos, adoptará un tanto la figura del hombre de la casa, pues su padre, antes del inicio de la revuelta, se pegó el piro a los EE.UU. abandonando a su mujer y a sus tres hijos.
Mandoki y su co-guionista, Oscar Orlando Torres, decantan sus simpatías por el pueblo llano; por esas indefensas mujeres que, con la carga de sus pequeños a cuestas, padecieron la guerra en solitario, alejadas de sus hombres y escondidas en sus débiles barracones fabricados de madera barata, mientras por las calles de sus poblados, ambos bandos se ensarzaban en escaramuzas nocturnas de fuego cruzado, durante las cuales, una bala perdida, podría segar la vida de cualquiera de ellas o de sus criaturas. Vaya, lo que ahora está muy de moda en catalogar como efectos colaterales.
La cinta, a la hora de inclinarse hacia alguno de los dos frentes, apuesta (lógicamente) por la guerrilla; un grupo de hombres armados que, desde el mismísimo corazón del espeso bosque, opuso resistencia a un ejército sanguinario que fue reforzado con ayuda norteamericana. En este aspecto, el pequeño Chava ejerce como portavoz de sus guionistas, ya que su personaje teme el reclutamiento forzoso por parte de los militares salvadoreños y, por el contrario, se siente aliviado ante la posibilidad de colaborar con la gente del FMNL, entre cuyos miembros se encuentra el tío Beto: el hermano de su madre.
El tono crítico y ácido, en contra de la explotación infantil durante cualquier guerra, tiene su punto álgido cuando varios militares armados entran a saco en la escuela de Chava y, durante el recreo de los pequeños, empiezan a llamar, a voz en grito y en orden alfabético, a aquellos que deben unirse a la lucha por haber cumplido ya los 12 años. Una escena escueta, vibrante y capaz de transmitir sensaciones de todo tipo al espectador, siendo la rabia y la impotencia las más destacadas.
Es una lástima que Voces Inocentes se quede tan sólo en la citada y emotiva escena, y en la tierna manera de ir presentando a sus protagonistas principales a lo largo de su primera hora. Después queda encallado en el mismo concepto y se olvida de perfilar mínimamente a secundarios que tendrán una relativa importancia a lo largo de la trama. Incluso se le escapa de las manos ese ángel con el que, con tanto cariño, había arropado a ciertos personajes en su parte inicial. Y todo ello para entrar de lleno en una narración repetitiva y discursiva, tal y como ocurre con la interminable oratoria (panfletaria y religiosa) de un sacerdote apaleado. Tanto es así que, otro de los momentos duros del film -y, en teoría, mucho más brutal que el del reclutamiento-, me llegó a dejar por completo indiferente. Su falta de emotividad y el anquilosamiento del que hace gala, contagian la interpretación de Carlos Padilla -el jovencito que encarna a Chava-, quien acaba ofreciendo un trabajo de lo más falso y sobreactuado.
Una película valiente pero fallida. La necesaria denuncia de uno de los aspectos más desalmados de la sociedad actual -como es el utilizar a niños en los campos de batalla-, se convierte en lo mejor de un producto irregular al que le falta, en el fondo, un poco más de rabia en su exposición.
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