Alek Keshishian (el mismo que hace años debutara con esa cosa llamada En La Cama Con Madonna), es su director y guionista; un tipo que, para enfrentarse a Amor y Otros Desastres, lo ha hecho navegando entre el universo estilístico y visual de la cansina El Diario de Bridget Jones y de la efectiva Nothing Hill -dedicándole, a esta última, un chiste con bastante mala leche-, y la palabrería y los constantes guiños culturales alojados en el cine de Woody Allen. Pero el invento no posee (nide lejos) el frescor de alguno de sus referentes, pues cuanto expone suena a forzado; en extremo edulcorado. Da la impresión de tratarse de un film de un Allen trastocado que, en un momento de debilidad, apostara por realizar un trabajo dedicado directamente a quinceañeros con aspiraciones.
La obsesión descontrolada (e imposible) del Keshishian por transformar a Brittany Murphy en una nueva Audrey Hepburn, va más allá de todos los límites. La viste y la peina igual; intenta que imite sus gestos y miradas y, a pesar de ello, no logra que esa chiquilla menuda desprenda el más mínimo glamour. No contento con ello, a través de sus diálogos, la convierte en una fanática de Desayuno Con Diamantes, película que no se cansa de citar y que visiona, cada dos por tres y desde el DVD de su apartamento, en compañía del que ella llama su mejor amigo. Y el amigo, ¡cómo no!, tenía que ser gay, un detalle que, en las ultimas décadas, parece imprescindible para el ¿buen? funcionamiento de una comedia que mínimamente se precie.
El tópico está servido. Añádanle, a la casamentera y al homosexual, a un antiguo amante de ella y a la amiga madura y un tanto frívola de ambos. Con estos dos en escena, tendrán a uno de los cuartetos más originales y encantadores de la historia del cine. Un cuarteto un tanto desafinado al que, en ciertas escenas, le iría de perlas una de esas risas enlatadas que tanto se utilizan en las sitcoms.
Como a todo buen topizaco, Amor y Otros Desastres tira (y mucho) del enredo provocado por una confusión. Una confusión que, de tan endeble, hace aún menos creíble su débil trama. Y es que la Jacks, en su persistente paranoia por descubrirle un novio a su compañero de apartamento, confunde a todo un heterosexual -hecho y derecho- con una reinona de armas tomar; un personaje éste que, por si fuera poco, está enamorado en secreto de la propia Jacks. Lo nunca visto, vaya. Tantos años de cine para encontrase uno con un argumento así. Los pelos de punta que se me ponen...
Diálogos y chistes dignos de la peor telecomedia de Antena 3, situaciones insustanciales y cameos innecesarios como gran recurso narrativo para huir de la monotonía (la fugaz aparición de Orlando Bloom y Gwyneth Paltrow es un buen ejemplo de ello), no son más que los claros indicativos de que Alek Keshishian tiene que aprender, aún mucho, del film de Edwards que tanto le mola antes de hilvanar su propio Desayuno con Diamantes. Y es que su trabajo no pasa de ser un Desayuno con Mejillones. Los diamantes los perdió por el camino.
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