En primer lugar, quiero dejar claro que, en general, el cine de Quentin Tarantino me gusta. Su particular lenguaje narrativo, y el modo en que sus películas han influido en buena parte de cineastas actuales, son aspectos que le honran. Nunca ha renegado de sus referentes cinéfilos, sino todo lo contrario. En sus películas los homenajea constantemente, al tiempo que les lava la cara y les otorga una apariencia más fresca y actual. Pulp Fiction, por ejemplo, bebe directamente del montaje utilizado por Kubrick en Atraco Perfecto aunque, gracias a la perspectiva distinta que le aplicó, consiguió un film totalmente innovador. Limpiar y pulir es un arte que domina a la perfección.
Una de las principales claves de su originalidad se apoya, de manera indiscutible, en esos diálogos tan particulares que se establecen entre los protagonistas de sus películas. Diálogos que quedan totalmente al margen del argumento central pero que, sin embargo, se acoplan perfectamente a él; un recurso que, en cierta manera, han imitado otros directores.
Death Proof es su último trabajo; un film que, al contrario que en Europa, se estrenó en Estados Unidos en forma de programa doble, junto con el Planet Terror de Robert Rodríguez. La única ventaja que tenemos respecto a los norteamericanos es que aquí podemos verlo en su versión íntegra... Rectifico lo de la ventaja pues, según se mire, más que una ventaja puede convertirse en una desventaja. A mí entero parecer, me da la impresión que le sobra metraje por todas partes. Es tan mínima la historia que cuenta que sus casi dos horas de duración resultan excesivas.
Es indudable que Grindhouse (el título genérico que agrupa la labor conjunta de Rodríguez y Tarantino) está orquestado como un cariñoso guiño a los films de serie B (fantásticos y de terror) que tanto se prodigaron a lo largo de los años 70. Y Tarantino, siendo consecuente con su cine anterior, ha seguido tratando con la misma simpatía a sus referentes de adolescencia, tocándole ahora el turno a esos locos de la velocidad y/o asesinos de carretera, que fueron inmortalizados en pequeñas obras artesanales como Punto Límite Cero o Asesino Invisible. Incluso, a modo de broma interna y personal, le ha otorgado el papel de un conductor kamikaze y pirado a Kurt Russell, cuando el actor, a mediados de los 90 y en la olvidable Breakdown, dio vida a una de las víctimas de otro psicópata motorizado. De cazado a cazador.
El problema de Death Proff es que no hay argumento. Todo se apoya en esos diálogos antes citados, los cuales, sin un guión compacto detrás, acaban por resultar empalagosos e inconsistentes. Es tanto su afán por auto homenajearse que se olvida, casi por completo, de narrar una historia mínimamente efectiva, con lo cual, y por culpa de esa desmedida exhibición onanista, no cesa de colar constantes referencias a sus propias películas. Aquel Twisted Nerved de Bernard Herrmann que sonaba de fondo en una escena de Kill Bill Vol. 1 (la del hospital con la primera aparición de Daryl Hannah), se convierte en el tono de la llamada del móvil de Rosario Dawson, mientras que, por otra parte, transforma a las ocho chicas protagonistas en émulas femeninas de aquel emblemático grupo de atracadores que, desde Reservoir Dogs y sentados ante una mesa, filosofaban sobre la figura de Madonna antes de pasar a la acción.
Al igual que su colega en Planet Terror, ha retocado el negativo para simular ser una cinta deteriorada, llena de saltos de imagen y con la fotografía rayada. Pero ello sólo lo hace durante la primera parte, ya que luego (una vez sobrepasado el mejor, original y más tenso pasaje del film) se olvida de tal detalle y recurre a una filmación más académica y brillante que, por su brusquedad, rompe con el burdo y divertido tipo de realización empleado al principio. Digo yo que esa será una decisión con alguna lectura implícita aunque, para serles sinceros, ignoro su significado. Él sabrá.
Niñatas calientabraguetas y mujeres hechas y derechas se reparten las dos mitades de Death Proff, pues se trata de un producto con un epicentro muy claro y definido. Como ven, en cuanto a féminas, hay para todos los gustos y colores, aunque personalmente me quedo con el tratamiento que hizo de ellas a través de Jackie Brown o de la misma Kill Bill.
El nombre de Tarantino se ha convertido en un icono cinematográfico, en una etiqueta de marca. Ahora ya puede hacer lo que le venga en gana, incluso servir en bandeja de plata la Gran Tarantinada. La pena es que tan sólo se queda en eso: en Tarantinada. La chicha no aparece por ninguna parte, a excepción de los muslámenes de sus protagonistas y del insinuante baile de Vanessa Ferlito (aka Mariposa)... Recuerden: siempre hay que calentar los motores a fuego lento; luego, en caso contrario, pasa lo que pasa.
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