Desde hace varios años, Travolta necesita urgentemente un éxito para poder seguir reinando en Hollywood. Y con productos infumables como Operación Swordfish no lo conseguirá. Siguiendo las coordenadas de todo filme de acción veraniego que se precie (y casi nunca se precian, créanme), éste es un artificio tan falso como delirante, montado para el único y total lucimiento de su protagonista masculino, quien exagera y gesticula a su antojo, en cada plano y sin rubor alguno. De todas maneras, personalmente me entretuve más observando las formas de la atractiva Halle Berry que, en esta ocasión, incluso aprovecha un par de planos para mostrar su tentadora delantera.
Si algo digno tiene este producto del archimillonario Joel Silver (productor, entre otras, de las series de Matrix y Arma Letal), aparte de ese citado par de tetas y de los rasgos políticamente incorrectos y liberales del malvado de turno, es su conseguida escena inicial. Primero porque Travolta se monta un genuino speech tarantiniano que tumba de espaldas (un curioso guiño a aquel que, más allá del tercer día, lo resucitó) y, segundo, por el impacto que supone para el espectador el bombazo (y nunca mejor dicho) que sigue al divertido y cinéfilo monólogo... Pero cuidado, no caigan en la trampa y crean estar ante un filme trepidante y digno. El resto es, sencillamente y con mayúsculas, CACA DE LA VACA (con perdón, pero es que salí del cine con una mala milk impresionante). Ya lo dice el propio Gabriel Shear, el gángster interpretado por Travolta, en el primer minuto de la película: “¿Saben cuál es el problema de Hollywood? Que fabrican mierda. Una mierda increíble”. Y Silver, leyendo esa frase del guión (transcrita aquí textualmente), se aplicó el cuento, contrató a Dominic Sena para dirigirlo y, en definitiva, entre los dos, parieron lo esperable: una mierda como un templo.
Operación Swordfish demuestra, sin lugar a dudas, que a los grandes ejecutivos hollywoodienses se les ha secado el cerebro, pues piensan (si es que el verbo pensar existe en su universo) que, con una persecución (en teoría) trepidante en medio de una gran urbe, está todo solucionado. Y si ésta se filma como si se tratara de un vídeo-clip, mejor que mejor: o sea, basándose en planos cortísimos, insertados uno tras otro, de manera neurótica y con la música y los efectos sonoros grabados unos cuantos decibelios exageradamente más altos de lo normal. Dicho y hecho: el Travolta en pie, dentro de un descapotable conducido por Lobezno, con los brazos en cruz y disparando a diestro y siniestro, como si estuviera en una película de John Woo. Y si con esa escena no logran cautivar al espectador menos exigente, seguirán rizando el rizo y no se frenarán a la hora de amarrar un autobús a un helicóptero, en pleno vuelo, para pasearse sobre la soleada ciudad de Los Ángeles. ¡Pá cagarse!. Todas las burradas posibles (e increíbles) con tal de agrandar sus arcas
El argumento es lo de menos. Tampoco es muy necesario. Es de rigor que salga un grupo mafioso, un político corrupto, un desnudo femenino (ya saben, dos tetas tiran más que dos carretas), alguna que otra churrupaica, una buena dosis de escenas de acción como las citadas (aunque no vengan a cuento de nada) y un pirata informático. Lo de la informática hace más de una década que está de moda y vende cantidad. Mola un huevo ver a un tío tecleando como poseso, ante un ordenador, con la malsana intención de saltarse unos cuantos códigos de seguridad. Tanto da lo que pretenda. La cuestión es que parezca muy importante en medio de una trama alarmantemente endeble. Y eso sí, ante todo, que transmita la sensación de estar haciendo algo ilegal y mal visto. Y el FBI. Sobretodo que no falte el FBI. Y si uno de los federales es negro (afroamericano, vaya), aún da más el pego. Bueno, para ser más exacto, el afroamericano (o negro) y un par de agentes, un poco tontitos, que le acompañarán a todas partes. Ideal. Y aquí tienen la Operación Swordfish de cada verano.
Tampoco se necesita darles ningún tipo de entidad a sus personajes, no sea que el público se aburra con tanta precisión y sutileza. ¡Qué va! ¿Para qué? Total, no han de pasar a la historia del séptimo arte, con lo que no es necesario esforzarse en crear caracteres inolvidables. Al contrario que el Cody Jarrett de Al Rojo Vivo, Gabriel Shear es un postmoderno, de melenita cuidada, perilla incipiente y vestido por Armani. ¿Qué pensaría Tony Soprano de un mafioso tan amariconado y pirado por la imagen? Y el bueno de la peli, en esta ocasión Lobezno, cuanto más soso y desdibujado sea, mejor. Su función es mínima: sólo ha de teclear delante del ordenador, poner cara de bobo cada vez que descubre alguna que otra triquiñuela del Travolta y volver a poner la misma cara de bobo cada vez que ve los dos melones de la Berry.
Pero, ¿es qué esta gente nos ha tomado por idiotas? Posiblemente sí. Incluso a lo mejor lo seamos, mientras sigamos pagando entradas para tragarnos bazofias como ésta o seamos capaces de comprárnoslas en DVD. Seguro que de ésta también hay una edición para coleccionistas. Con recochineo incluido.
Los McDonalds y similares se nos han zampado el cerebro y sólo reaccionamos ante verdaderas necedades. O si no, ¿cómo se explica que otra cinta, estrenada en la misma época que ésta, Shiner, excelente, dura, compacta y creíble, con un Michael Caine espléndido, aguantase tan poco tiempo en cartel? Sigamos comiendo aros de cebolla congelados y McPollos de esos, que a este paso acabaremos negando la existencia de Hitchcock, Wilder y Ford.
Perdonen, pero es que la historieta ésta me puso de los nervios una cosa exagerada. Y ayer tuve que volver a tragármela para hacerles felices. Pero al menos esto, lo de su felicidad, me recompensa gratamente. Hoy podré ir a dormir relajado pensando que he realizado un acto de buena voluntad hacia mis semejantes. Como mínimo les he colgado una foto de la Berry en ropa interior y otra (para ellas) del Lobezno sin pelo en el pecho. Y no es moco de pavo.
1 comentario:
me puedes recomendar lo que para ti son las 3 mejores películas que hayas visto?, Gracias.
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