31.5.07

Ustedes lo han querido: LAS VAMPIRAS

Las Vampiras, también conocida popularmente como Vampyros Lesbos, es uno de los máximos exponentes del cine de Jesús Franco; un cineasta al que, desde hace unos años, se le está sobrevalorando más de lo necesario. La precariedad con la que ejerce su oficio, ha sido uno de los motivos por los cuales existe esa corriente de simpatía hacia uno de los personajes más basureros y falsamente intelectuales de nuestra cinematografía, al que sólo le faltaba (para ser aún más ensalzado de lo debido) haber trabajado como asistente de dirección bajo las órdenes del prestigioso Orson Welles.

Es innegable que, en Las Vampiras, la falta de presupuesto resulta un hecho evidente. Su escenografía, cada uno de sus planos, la caótica manera de resolver la mayoría de sus escenas y el apremiado montaje -lleno de cortes bruscos en sus inserciones-, así lo demuestran. Pero teniendo en cuenta que se trata de un realizador que, en sus años más productivos, realizaba hasta diez películas seguidas (¡a cual peor!) y cuya media habitual, desde que empezó a filmar, se encuentra en unos seis títulos anuales, la excusa de esa artesanía con que suplía la escasa financiación de sus productos no me es válida en absoluto. Posiblemente, si en lugar de derrochar las cuatro perras que poseía hubiera ahorrado un poquito, esos 10 nefastos títulos que llegó a estrenar, en varias ocasiones, a lo largo de un año, se podrían haber convertido en uno solo: a buen seguro, otro gallo nos cantara. Trabajar a la bruto tiene sus problemas.

De todos modos, y conociendo bastante bien buena parte de su vasta filmografía, me da en la nariz que el tío Jess no tenía ni idea de cómo colocar una cámara y, al mismo tiempo, ignoraba la existencia de un interesante e imprecindible concepto que atiende por narrativa cinematográfica. Sus películas son rematadamente lentas y pésimamente realizadas (por mucho que algunos se empeñen en opinar todo lo contrario). En ellas no se encuentra ni un mínimo asomo de calidad visual, siendo su mayor filigrana perceptiva la utilización constante de abruptos golpes de zoom. En concreto, durante la revisión de Las Vampiras, llegué a contar unos 4 o 5 zooms por cada dos minutos de metraje. Un récord que sólo sirve para tirar la toalla y montar una verdulería en un mercado central de abastos.

Las Vampiras la urdió en compañía de otro que tal, el amigo Jaime Chávarri, con quien escribió un guión que recurría el original literario del Dracula de Bram Stoker con la malsana intención de cambiarles el sexo a la mayoría de sus personajes. Así, por ejemplo, el conde Dracula se pone en la piel de una figura femenina bajo el nombre de la inmortal condesa Nadine, una chupasangres ninfomaníaca que, tras haber dado muerte a todas sus esclavas dejándolas sin una gota de plasma en su cuerpo, intentará introducir (en el buen sentido de la palabra) en el tenebroso mundo de los muertos vivientes a Linda Westinghouse, una belleza de aspecto nórdico que, a pesar de llevar un apellido tan comercial y significativo, es totalmente incapaz de refrigerarse a sí misma en los momentos más comprometidos; en realidad, esa mujer rubia -a la que le encanta lucir parte de sus nalgas- es el polo opuesto a una nevera: Butaterm hubiera sido el mejor apelativo para una moza tan calenturienta.


Y es que a la Nadine y a la Linda se les va la olla en medio de sus múltiples exploraciones cunnilíngulas y mamatorias. Medio metraje entero, entre churrupaica y churrupaica (que por algo son vampiras), se lo pasan metiéndose la lengua por los rincones más inesperados y recónditos de su cuerpo; un detalle este que, sin lugar a dudas, puso de los nervios a la censura española de los años 70, con lo que el bueno del tío Jess se vio obligado a realizar una doble versión para que la pudiéramos disfrutar (aunque fuera a cachitos) los españolitos de la cultura del 850 y el Simca 1000. Una doble versión que, en realidad, no era más que la eliminación, por lo sano, de cuantas escenas eróticas tuvieran cabida en la película. Una posterior alteración del montaje y la inclusión de escenas exentas de sexo que fueron descartadas originalmente, dieron como resultado el film que hemos podido ver hasta hace muy poco, pues el propio realizador, ante su edición en DVD y la exhibición (hace un par de años) en el programa La Noche del Cine Español de La 2, la remontó de nuevo tal y como se había conocido allende nuestras fronteras.

Ayer mismo, antes de colgar este post, revisé ambas versiones. Tras ello, puedo asegurarles, con toda la tranquilidad del mundo, que la censura le hizo un inmenso favor a Jesús Franco y a su coleguilla Jaime Chávarri pues, con los cortes impuestos, consiguieron que las copias difundidas en España contuvieran un halo de falsa intelectualidad que, en la época, volvió locos de remate a un buen número de progres (ahora también llamados gafapastas) que intentaron descubrir -entre sus angulares imágenes y diálogos para besugos- segundas, terceras y cuartas lecturas. En realidad, repasando su versión uncut, sólo me queda una única lectura (por mucho que ciertos personajes no quieran admitirla): simple y llanamente, Las Vampiras es un film erótico sin más, de aquellos que por estos lares bautizaron como de cine “S”.


Lo mejor de Las Vampiras (si es que a un film tan desastroso y deslavazado como éste se le puede hallar álgún punto positivo) se encuentra en la presencia de la malograda y guapísima Soledad Miranda, una belleza sevillana que, pocos días antes de estrenarse el film, murió en un accidente de coche en una carretera portuguesa. Y es que, aquella mujer, de mirada oscura y pelo negro, era la Nadia ideal, la vampira lesbiana a la que poco le costaba hacer caer en sus redes a otras chicas tan espléndidas como Ewa Strömberg (la Linda tentada por los placeres carnales de su dueña y señora) o Heidrun Kussin (Agra en el film) una sensual muchacha que, retenida en la clínica del Dr. Alwin Seward (el forzadísimo alter ego del profesor Van Helsing), vivirá perturbadoras y onanistas pesadillas en las que volverá a encontrarse con la condesa que la vampirizó.

El otro día -y desde esta misma página- les hablaba de Las Películas de Mi Padre, un título recién estrenado que, dirigido por el ex crítico cinematográfico Augusto M. Torres, denota cierta simpatía por la figura de Jaime Chávarri y del universo casposo del cine de Franco. No sé si debe tratarse de una constante en las películas de estos pilares fundamentales de nuestra filmografía pero, al igual que el Augusto Emepunto aseguraba que le encantaba que su equipo de filmación saliera reflejado en los espejos, en Las Vampiras, varios son los momentos en los que los foquistas, microfonistas y el cámara, amén de otro tipo de personal de asistencia, se destacan en pantalla claramente cada vez que un cristal, una ventana o cualquier obstáculo metalizado se interpone entre la cámara y el objetivo principal de ésta.

Y es que no hay nada mejor en este mundo que echarle morro a las cosas y, en lugar de reconocer un error de filmación, afirmar que se trata de una constante consciente y clásica en el tipo de cine que ellos idearon: el cine malo y cochambroso que siempre ha realizado el bueno del Jess quien, por cierto, también tiene un par de apariciones estelares en su su film, dando vida un vigilante nocturno de un tenebroso hotel al que le encanta practicar jueguecitos morbosos y peligrosos con las huéspedes del local. Para más señas, cuantas turistas estén interesadas en las perversiones de Memmet (así se llama su personaje), sepan que lo encontrarán ubicado en las oscuras bodegas del establecimiento y bajo el acompañamiento musical de una peculiar banda sonora compuesta, a alimón, por el propio Franco, Manfred Hübler y Sigi Schwab: una especie de sinfonía macabra y machacona que la podría haber creado el mismísimo Ravi Shankar en sus momentos más delirantes bajo los efectos del LSD.

Hace años, muchos años, que tenía ganas de decir bien alto (y en contra de la opinión general) que Jesús Franco es uno de los peores directores de la historia del cine. Ed Wood, a su lado, es todo un genio. Perdónenme, pero es que ayer tuve el valor de tragarme las dos versiones, una detrás de otra. Y eso duele de una manera que no se lo pueden ni imaginar.

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