Retrato de una obsesión está basada en el libro que escribió
Patricia Bosworth sobre la vida de la fotógrafa neoyorquina
Diane Arbus; aunque más que una biografía propiamente dicha, se trata de una serie de elucubraciones (un poco sin pies ni cabeza) sobre los sueños y fantasías que se podrían haber albergado en la mente de la prestigiosa artista. Dirigida por
Steven Shainberg, la cinta, aparte de aburrida y vacía, rezuma un olorcillo a pedantería que tumba de espaldas –cosa que no es de extrañar si se tiene en cuenta que se trata del mismo realizador de
Secretary-.
Ambientada poco tiempo antes de que
Diane Arbus se convirtiera en una reputada fotógrafa, la película se centra, ante todo, en la crisis matrimonial que acabó destruyendo su unión con
Allan Arbus, un famoso retratista al que ella ayudaba en sus tareas profesionales. La amargura de sentirse un cero a la izquierda, sumada a la imposibilidad de hacer realidad su latente creatividad, harán que cada vez se distancie más de su marido. Involuntariamente absorta por sus tareas domésticas y por el cuidado de sus hijos, encontrará una válvula de escape con la llegada de un nuevo vecino.


El conejito de la
Alicia de
Lewis Carroll hará su aparición en la cabeza de
Diane, haciéndole vivir una impensada historia de amor con
Lionel Sweeney, el recién llegado; un tipo misterioso, que anda a hurtadillas por el inmueble portando una máscara que no deja adivinar su rostro. Y es que, tras sus disfraces a lo
Hombre Elefante o
Tortuga Ninja, se esconde un ser tocado por una extraña enfermedad: un mal que hace que el pelo de su cuerpo crezca de manera desorbitada. Vaya, que en pelota picada,
Chewbacca, a su lado, es una pura nimiedad. Y como el tío es un perezoso, en lugar de afeitarse diariamente o depilarse de vez en cuando, opta por quedar cubierto de pelo por todas partes.

Mucha fantasía y alucinaciones varias, pero de la posterior carrera profesional de
Diane Arbus apenas se menciona nada. Ni mu. La verdad es que, por lo que cuenta el film, en lugar de fotógrafa podría haber sido propietaria de una tienda de legumbres cocidas o castañera. Al realizador sólo le interesa mostrar las frustraciones de una mujer que quiere dejar de ser
marujona para dedicarse a otros menesteres más satisfactorios y, al mismo tiempo, buscarse otro
maromo que no sea el
soseras de su marido. Y como eso ya se ha visto tropecientas veces en una pantalla, el amigo
Shainberg se las da de listo y coloca a su protagonista femenina en medio de un universo plagado de citas cultas.
Referencias y guiños culturales hay un montón: demasiados y totalmente forzados, como ese infantiloide homenaje a la mítica
La Parada de los Monstruos. Pero, en cambio, el guión brilla por su ausencia, ya que éste lo va supliendo con múliples sandeces. Está claro que, para acercarse al mundo onírico del maestro
Fellini, se necesita algo más que la presencia de enanos y seres extraños.


La
Kidman sencillamente está ahí. Su presencia física se nota. Y punto. Ni bien, ni mal. Y es que a ella le encanta que, de vez en cuando, la llamen para un producto de coordenadas teóricamente intelectuales como éste, por muy
peludo que vea el asunto. Para una actriz de su talla, eso siempre da esplendor... a pesar de que, para ello, tenga que depilar, de los pies a la cabeza, al pobrecillo del
Robert Downey Jr antes de encamarse con él... Y que conste que digo lo de
pobrecillo porque, durante el rodaje, el hombre debió sufrir unos calores tremendos, tanto por los sacos y capuchas que le encasquetaron, como por la inmensa y tullida pelambrera que luce cuando se despoja de su ropa para echar un
quiqui. No me extraña que, interviniendo en productos como éste, después se meta un poco de todo en su cuerpo.

Como bien demuestra su cartel original (lo único realmente majo de este despropósito),
Retrato de una Obsesión no es más que una inmensa y consciente tomadura de pelo. Y es que esa maquinilla de afeitar, perfectamente delimitada y delineada, no engaña a nadie; ni el barbero de mi barrio, don Manolo, hace unos rapados tan perfectos como los de
Shainberg (y eso que Don Manolo es un manitas). Dicen que quien avisa, no es traidor. Y este póster habla por sí mismo.
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