El parche de John Ford. Los andares de John Wayne. La flaqueza de James Stewart. La papada de Alfred Hitchcock. Las orejas de Clark Gable. La adolescencia de River Phoenix. El tamaño de Alan Ladd. El ritmo de Gene Kelly. La elasticidad de Fred Astaire. La humanidad de Jack Lemmon. La belleza de Marilyn Monroe. El salvajismo de Marlon Brando. La felina agresividad de Ava Gardner. La locura de Katharine Hepburn. La clase de Spencer Tracy. La fragilidad de Audrey Hepburn. La calvorota de Otto Preminger. La incorrección política de Groucho Marx. La sensualidad de Rita Hayworth. La rebeldía de James Dean. La inexpresiva expresividad de Buster Keaton. El compromiso de Chaplin. La brillantina de Rudolph Valentino. El gamberrismo de John Belushi. La máscara de Santo. La ironía de Billy Wilder. La inmensidad de Oliver Hardy. La invisibilidad de Stan Laurel. El carisma de Peter Cushing. La voz de Pepe Isbert. La voz de Frank Sinatra. Los pantalones de Cantinflas. La elegancia de David Niven. Los alaridos de Johnny Weissmuller. El nerviosismo de Agustín González. La mala leche de Louis de Funès. La masculinidad de Rock Hudson. La hombría de Marlene Dietrich. La progresión de Shelley Winters. El rostro de Jack Palance. La fugacidad de Sal Mineo. Los 83º bajo cero de Walt Disney. La fragancia de Gene Tierney. La valentía de llamarse Dana Andrews. El satanismo de Vincent Price. La honorabilidad de William Holden. Las piernas de Barbara Stanwyck. Los ojos de Peter Lorre. Los ojos de Bette Davis. La repelencia de Pepito Grillo. La distinción de Gregory Peck. Las borracheras de Dean Martin. La viscosidad de Ray Milland. La dureza de Lauren Bacall. La dureza de Humphrey Bogart. La inmortalidad de Mickey Rooney...
Continuará... (o no...)
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