La biblioteca de una escuela de secundaria de Chicago, es el epicentro escenográfico en el que transcurre la mayor parte de su metraje. En esa aula inmensa permanecerán, en sábado y durante más de doce horas, cinco estudiantes del centro que, por su mal comportamiento, han sido castigados por el despótico director del centro. El cúmulo de horas aislados en un recinto cerrado, sumado a los distintos caracteres de los jóvenes allí reunidos, será el detonante preciso para que, entre ellos, exploten todo tipo de episodios. La tensión, la ternura y la envidia, no se harán de rogar.
Claire, una pijita pelirroja, adinerada, elitista y de buen ver; Andy, un deportista que sólo piensa en su futuro de campeón; Brian, un chico introvertido y timorato que se propone conseguir, como gran meta, las mejores notas por allí donde pase; Allison, una chica solitaria y extravagante que a duras penas abre la boca para dirigirse a sus compañeros y, por último, el elemento más provocativo y distorsionador de los cinco, John Bender, un rebelde con un puntito de quincorro que descarga sus malos rollos a través de su agresiva postura.
Los arquetipos ya están servidos y, por si fuera poco, mediatizados a través de los rostros de un grupo de incipientes actores que, en ese momento, parecían estar dispuestos a dar mucha guerra en el mundo del cine. Una profecía ésta que, por cierto, jamás se cumplió; todo lo contrario: Molly Ringwald, Emilio Estevez, Anthony Michael Hall, Ally Sheedy y Judd Nelson, del primero al último, acabaron metidos en subproductos destinados directamente a las estanterías de los vídeo-clubs y, desde los años 90, casi todos ellos, ejerciendo como secundarios en series o películas televisivas.
Ya en su época, a pesar de su (falsa) originalidad y el aspecto transgresor que ofrecía (en el que fumarse unos cuantos canutos significaba su máximo punto de atrevimiento), El Club de los Cinco resbalaba en algunos aspectos. El cargante histrionismo con el que Judd Nelson afrontaba su rol de inconformista; el excesivo tono caricaturesco con que se describía al director de la escuela (un claro antecedente del profesor Skinner de Los Simpson, a cargo de un también desmadrado Paul Gleason) o la muy cursilona resolución de ciertos personajes conflictivos (la transformación en princesita deslumbrante por parte del patito feo de turno es un buen ejemplo de ello), frenaron, en parte, las expectativas levantadas en torno a un producto que pretendía renovar el género estudiantil de cabo a rabo. Visto ahora, 22 años después de su estreno, aún se acentúan más aquellos defectos que, en su momento, eran meros errores perdonables, empezando por esos insalvables vídeo-clips ochenteros que, insertados entre los distintos actos de su película, servían de (teórico) interludio para suavizar las traumáticas (y también teóricas) confesiones psicológicas de sus jóvenes protagonistas.
Sin lugar a dudas y a pesar de su irregularidad, El Club de los Cinco se alza como el mejor trabajo de John Hugues, su director, guionista y productor (aparte de intervenir como padre de uno de los chicos), pues hay que tener en cuenta que, posteriormente, este hombre fue el más distinguido culpable de títulos tan nefastos como La Mujer Explosiva o La Pequeña Pícara. Y ello sin recordar que también fue el artífice de los guiones para la serie de Solo en Casa (del que sólo salvaría su primer capítulo) y la del perro Beethoven. Un buen pajarraco este Hugues: soltó una campanada sonora de entrada y después se enfiló hacia derroteros más fáciles y comercialoides.
El Club de los Cinco: un espejismo que he desvelado tras más de veinte años pensando que se trataba de un trabajo excelente; un club (típico y tópico) que, para ciertos sectores, ha adquirido la (inmerecida) categoría de film de culto, cuando en realidad se trata (y a mí entero parecer) de un producto rompedor aunque fallido en sus propósitos. El análisis de una reducida camarilla de adolescentes, cuyos integrantes han sido marcados por sus nefastas relaciones familiares, es lo más destacable del intento de desvincularse de aquellos teenagers descerebrados que, hasta ese momento, habían invadido el cine norteamericano. Suerte que al menos, de entre ese corrillo de alumnos castigados en sábado, uno de ellos, Emilio Estevez, aunque dos décadas más tarde, ha sabido desmarcarse de verdad y orquestar, como realizador y guionista, un film modélico y valiente como Bobby.
A mí, el que me gustaba de verdad, era ese Club de los Cinco ideado por la escritora británica Enid Blyton. Cuando ni siquiera tenía edad para empezar a afeitarme, devoraba sus libros con una fruición enfermiza.
1 comentario:
Excelente análisis! The Breakfast Club es, para mí, el emblema de toda una generación y, al mismo tiempo, una historia atemporal
Todos recordamos lo que significa ser adolescente, y esta cinta capta la esencia a la perfección. Definió los "cliches" (a través del etiquetamiento) de los personajes de la secundaria como ninguna otra película de su momento.
Es una película rara, con situaciones que pueden parecer bizarras (y de hecho lo son) pero con una esencia muy humana. Bella, inocente y muy divertida.
Te invito a mi propia crítica de "The Breakfast Club" en mi página: http://on.fb.me/18vPQJR
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¡Saludos!
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