La ya madura pero aún estimulante Isabelle Huppert –la actriz fetiche por excelencia del director-, es la encargada de dar vida a Jeanne Charmant-Killman, una recta y dura juez de instrucción que, en el mejor estilo Baltasar Garzón, inicia una investigación sobre el presidente de un destacado grupo industrial, del que se sospecha un posible delito de malversación de fondos. La persistencia en sus indagaciones, y el hecho de ir desentrañando demasiados puntos oscuros que involucran en la trama a varios personajes influyentes, harán que empiecen a caer sobre ella numerosas presiones y veladas amenazas. Su dedicación exclusiva al tema terminará por afectar directamente en sus relaciones más íntimas.
Un argumento prometedor y muy en la línea de otros trabajos de su autor que, en este caso y a pesar de la perfecta interpretación de una modélica Huppert, no acaba de entrar a fondo en la historia. En Borrachera de Poder se ha limitado a lo más sencillo: trazar cuatro pinceladas iniciales atrevidas para después, en su última parte, optar por el camino más básico y trillado. Una suave borrachera sin resaca aparente.
La impresión de tratarse de una película ya vista en anteriores ocasiones (e incluso de modo más crítico), hacen de ésta un título menor en la carrera de un inquieto cineasta que, al igual que Woody Allen, parece disfrutar colocándose anualmente tras la cámara. De todos modos, no por menos logrado que otros films suyos, deja de ser una propuesta mínimamente interesante. Al menos, a mi parecer, vale la penar enfrentarse a esta intriga socio-política aunque sólo sea para disfrutar con sus primeros quince minutos de proyección, durante los cuales, la figura de un empresario estresado, alérgico y al límite de sus facultades, queda absolutamente ridiculizada mediante un caricaturesco y cínico retrato. En esa patética imagen, a la que da vida un excelente François Beléand (el director de la escuela de la popular Los Chicos del Coro), verán reflejados a ciertos miembros de la jet set española que, en alguna que otra ocasión, han sido pillados con las manos en la masa.
Un punto más de valentía y agresividad en su exposición, habrían hecho de Borrachera de Poder un título mucho más compacto pues, en realidad, (y a pesar de la buena intención de su director), se queda en la parte más superflua del conflicto: aquella que leemos en los titulares de la prensa diaria. Y punto.
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