Morgan Freeman se mete de nuevo en la piel del Ser Supremo en
Sigo Como Dios, la secuela del film que el propio
Tom Shadyac realizara hace cuatro años. Si en
Como Dios era
Jim Carrey el hombre al que le eran transferidos los mismos poderes que el creador, en esta nueva entrega es el cómico
Steve Carell (al que viéramos como tío suicida en
Pequeña Miss Sunshine) quien deberá enfrentarse a un reto bíblico planteado directamente por el Todopoderoso: construir en un tiempo récord una Arca, la cual servirá, ante la posibilidad de la llegada de un diluvio, para salvar a una pareja de cada una de las especies animales que habitan el planeta.

Curiosamente
Steve Carell, en
Como Dios, ya interpretaba el mismo personaje que en esta continuación, pues en ella esbozó, a breves rasgos, a su
Evan Baxter, un famoso y engreído conductor de informativos que trabajaba en la misma cadena televisiva que
Bruce Nolan (aka
Jim Carrey). En esta ocasión, y para cambiar las constantes que unían profesionalmente a
Carrey y a
Carell,
Steve Oederek, su guionista, ha hecho abandonar al tal
Baxter el negocio de la televisión para convertirlo en un entusiasmado y novato político, cuya máxima es la de
cambiar el mundo... a pesar de que, para ello, tenga que pasar muy poco tiempo en compañía de su familia.

El universo de la política y el de la religión cara a cara; dos temas plagados de posibilidades satíricas y críticas. Pero el humor de
Shadyac no da para tanto, pues el suyo es blanco y familiar ("
transparente", tal y como dirían algunos gobernantes actuales). En cuanto a política, se dedica a caricaturizar (sin pasarse de rosca) a un congresista corrupto (un cada vez más insoportable
John Goodman), mientras que, en el orden religioso, consigue quedarse al margen de cualquier incorrección ideológica que pudiera ofender mínimamente a alguien. La excepción -y a sabiendas de que con él no herirá susceptibilidades- es el regreso a la pantalla del impoluto Dios afroamericano que, ataviado con elegantes vestiduras blancas, aún sigue interpretando, con total impasibilidad, un
Morgan Freeman de porte casi
británico.
Si lo mejor de la primera cinta era precisamente el tono irónico otorgado por
Freeman a la composición de su peculiar Dios, lo más destacado de este (forzado)
Sigo Como Dios, se encuentra en la cantidad de chistes simpáticos conseguidos gracias a la presencia de los múltiples y diversos animalillos que, sin descanso, pululan a lo largo y ancho del metraje. Animales, la mayor parte de ellos, informáticos, aunque colados, con gracia e ingenio, en el momento justo y preciso para robarle, al menos, unas cuantas sonrisas al espectador.

El resto es más de lo siempre, incluida la escalonada transformación de un correcto Steve Carell en un nuevo Noé. Como era de esperar -y más tratándose de un producto de unas características tan tópicas como las de éste-, tampoco podía faltar esa agobiante y discursiva alabanza a la unidad familiar modélica y ejemplar para la Norteamérica actual; una loa con la cual andan machacando a las plateas desde hace bastantes años. Y es que, en este aspecto, el cine norteamericano resulta de lo más previsible y pesadito.
Un entretenimiento prefabricado con pies de plomo y sin extralimitarse un pelo en su inocentísima broma reliosa. Un producto que podría ser catalogado de apto para todos los públicos, sino fuera por su acaramelamiento excesivo: ello le hace altamente prohibitivo a los diabéticos.
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