20.8.07

Ustedes lo han querido: CALLES DE FUEGO

Ya en su estreno, Calles de Fuego me pareció una tontería simplona y vacía, aunque distraída. Y punto, pues se trata de un título que, a pesar de su deslumbrante apariencia visual, ofrece muy poquita cosa. Puro artificio. Revisándola ayer de nuevo, 23 años después de su estreno, se me antoja más como una especie de telefilme de acción, barato y bien acabado, que como un producto destinado a la gran pantalla.

Lo que de todos modos es innegable es que, tratándose de un film de serie B, en su época sorprendió gratamente al espectador. Y no fue precisamente por lo novedoso de su propuesta (ya que no lo era tanto como muchos pretendían). Más bien logró cautivar a las plateas por el cariñoso montón de homenajes cinéfilos y estéticos que acumulaba en su haber. Precisamente por ellos y por la mescolanza de géneros que aglutinaba, era de esperar que la película de Walter Hill funcionara por sí sola. Tanto llegó a funcionar que algunos (a mí parecer, de modo exagerado) le colgaron la etiqueta de película de culto.

En Calles de Fuego hay numerosos guiños al mundo del cómic y del western, uno tras otro y ensamblados bajo un envoltorio totalmente videoclipero. Corrían mediados los años 80 y, por lo tanto, la fiebre del clip musical estaba en plena euforia, con lo cual no es de extrañar que el director de The Warriors optara por veredas más modernas a la hora de plasmar en pantalla su nueva película; una película apta para todos los públicos, pues sus múltiples escenas de violencia resultaban bastante descafeinadas comparándolas con las de otros títulos del mismo realizador.


Para Calles de Fuego, al igual que hizo en Límite: 48 Horas (su film anterior y uno de los thrillers más trepidantes de esa década), volvió a retomar una historia de coordenadas más cercanas a las de un tebeo que a las de una película de acción al uso. Gracias al nuevo y ya citado modismo de los vídeo-clips, el rock & roll y el pop habían recuperado, a nivel popular, una fuerza insospechada que valía la pena aprovechar. Para ello, y con la intención de hacer más atractivo su producto, le añadió un claro y rítmico toque musical muy acorde con los gustos del momento. La ecuación parecía perfecta, aunque aún le faltaban varios detalles para finalizar su cocción.

Gracias a la mano mágica de George Lucas, la mezcla del cine clásico de aventuras de toda la vida con la ciencia-ficción, arrasaba en todo el mundo. Y como lo de la princesita en apuros ya estaba demasiado sobado, Walter Hill, buscando una variación sobre el mismo tema, se sacó de debajo del sombrero a una sensual cantante pop que, secuestrada por un villano de tintes vampíricos, tendría que ser rescatada por un tipo duro y bien plantado, amén de ex amante de la moza en cuestión. Para consolidar aún más su cóctel cinéfilo, lo ambientó en un futuro indeterminado y bladerunniano, aunque con muchos puntos de contacto con la Norteamérica de principios de los 60, justo la misma que reflejó -de manera modélica- el realizador de La Guerra de las Galaxias en American Graffiti.

Ella, la cantante, fue una jovencísima Diane Lane; Michael Paré -un actorcillo de tres al cuarto que acabó metido en subproductos televisivos- adoptó el rol del chico guapo de la peli, mientras que el rufián, de aspecto vampírico, recaería en un incipiente Willem Dafoe (no en vano, el hombre, 15 años después, se metería en la piel de Nosferatu para la interesante La Sombra del Vampiro). Rick Moranis, el cómico de moda en todo producto que se preciara, afrontó el (forzado) papel del tontito de la función y amante, al mismo tiempo, de la estrella raptada. Y, como remate final, le añadió el hombruno personaje interpretado por Amy Madigan para darle un tono (falsamente) ambiguo a la historia.

Los estereotipos estaban servidos. El guión era lo de menos. Cuatro escenas de acción bien metidas, disparos y explosiones a punta pala, varias decenas de moteros vistiendo chupas de cuero y unas cuantas hostias bien endilgadas, a los malvados de turno y de parte del soseras del Paré, se encargaron del resto. Y todo ello a ritmo de rock and roll. Pero sólo de rock and roll, pues el sexo y las drogas, en un film (en el fondo) tan blanco como este, no podían tener excesiva cabida... tan sólo la dosis mínima como para no molestar a los moralistas del lugar.

Vista de nuevo, aparte de sus indiscutibles aciertos visuales, Calles de Fuego se queda en muy poquita cosa. Su música (dejando a un lado un par de temas vibrantes) empieza a rechinar de mala manera y Diane Lane y Michael Paré, las dos estrellitas de la película, no desgranan química alguna como pareja cinematográfica, por mucho que Hill se empeñara en montarles un final a lo Casablanca.

Lo que no esperaba el bueno de Walter es que, al confeccionar este machiembrado genérico y cinéfilo, con el paso del tiempo acabaría adquiriendo fecha de caducidad. Curiosamente, todo lo contrario de lo que ocurre con Diane Lane, pues la mujer está mucho más hermosa y atractiva en su madurez que en sus años mozos... Al menos a mí, ahora me pone más que de jovencita...

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