1968 fue el año del estreno mundial de La Noche de los Muertos Vivientes, aunque a España llegó bastante más tarde. La censura no vio con buenos ojos la propuesta de Romero pero, finalmente, y disfrazada con la falsa etiqueta de Arte y Ensayo, acabó exhibiéndose en algunas salas de nuestro país. Muy pocos fueron los cines en los que se proyectó, pues el denominado Arte y Ensayo estaba considerado como algo raro y muy minoritario. Tan sólo unos cuantos españolitos elegidos (la mayoría de ellos con barba, gafapastas y con un macutito al hombro) disfrutaron, en su día, del canibalismo zombi que tanto molestó a los vigilantes de la moral y las buenas costumbres nacionales.
Hacía mucho tiempo que no revisaba la obra de Romero, hasta que ayer (a petición de alguno de ustedes) me vi obligado a ello. Les he de asegurar que, en su primer visionado (cuando yo era un niñato que a duras penas se afeitaba), me impresionó de manera brutal. Vista ahora, he de reconocer que, para mí, ha perdido toda la fuerza y vigor que poseía hace casi 40 años. Seguir asegurando que La Noche de los Muertes Vivientes es una obra maestra, me parece de una falsedad increíble. Es cierto que se trata de un film original, cuyo tratamiento, en su época, rompió moldes y abrió nuevas fronteras para otros cineastas y para el propio Romero. Mirada hoy en día con detenimiento -debido a su patética realización, su caótico montaje (lleno de numerosos fallos de racord) y sus pésimas interpretaciones-, más que una obra maestra se ha convertido en un film de culto destinado a los cinéfilos más basureros. Ni atemoriza, ni distrae. O, al menos, quien esto escribe, repasándola de nuevo, se aburrió soberanamente. Hay títulos que envejecen fatal, y éste (aunque a muchos les cueste aceptarlo) es uno de ellos.
Es indiscutible que su inicio, en el que dos hermanos visitan la tumba de su padre en un solitario cementerio, tiene su gracia. Un inicio que, por cierto, y a través de diferentes visiones, ha sido homenajeado en más de una ocasión por otros realizadores. La aparición del primer (y desastroso) zombi está lograda, a pesar de que, con el dichoso paso de los años, ahora resulte risible en lugar de terrorífico.
La idea de encerrar a unos cuantos tipos, en una casa sitiada por zombis (a cual más pintoresco), y en medio de un bosque solitario -además de ser un simpático guiño al Río Bravo de Howard Hawks-, tiene su coña; y más cuando en este encierro se esconde una pequeña muestra de las distintas clases sociales que poblaban Norteamérica en esos años , sin despreciar el sexo y la raza y, al mismo tiempo, convirtiendo al único hombre de color en un héroe de firmes convicciones y, a una niña malherida, en un claro precedente de la Linda Blair de El Exorcista (aunque en versión rabiosa y canibal).
La tensión acumulada con la situación que ha ido creando el film desde su principio, se desmorona por completo debido a los diálogos que empiezan a mantener los accidentales habitantes de la casa. Verdaderos diálogos para besugos, repetitivos, ridículos y apoyados, en todo momento, por las acciones que siempre prometen (pero nunca emprenden) sus mal perfilados personajes. El cansino empecinamiento, de uno de los protagonistas, por esconderse en el sótano en lugar de intentar una fuga hacia lugares más seguros, o el exagerado retrato que hace de una mujer tocada por un fuerte shock psicológico, apuntan hacia el cine casposo.
Nunca debí volverla a ver y quedarme con el buen recuerdo que guardaba de ella. Seguramente, a causa de ese ya citado prematuro envejecimiento de la cinta y conscientes de, al menos, conservar su etiqueta de película de culto, Romero y el coguionista de la misma, John A. Russo, hace ahora 10 años y con la excusa de celebrar el 30º aniversario de su estreno, decidieron poner manos a la obra y restaurar un tanto la obra. Pulieron su imagen y el tal Russo, acreditándose para la ocasión como director, se sacó de la manga un prólogo y un epílogo adicionales, en los que la figura de un sacerdote cobra un protagonismo especial. Unos añadidos que, por cierto, aún dañan más el desgaste de La Noche de los Muertos Vivientes. Ello, y unos cuantos insertos con nuevos zombis, es todo lo que supuso esa más que innecesaria revisitación que pasó por las pantallas con más pena que gloria.
Una mención aparte, es la que se merece una de las múltiples ediciones en DVD que corren sobre la película original (que no su inútil actualización). Concretamente es la que puso a la venta Suevia Films antes de editar, ellos mismos, una versión para coleccionistas (poco bueno, en DVD, se puede esperar de esta gente). La copia utilizada está sin remasterizar ya que, ¡genialmente!, utilizaron una sacada de un gastado y maltrecho VHS, lleno de ralladas y de imagen granulosa. El doblaje es prácticamente inaudible (ruidos inclasifcables y voces apagadas es su marca), mientras que su banda inglesa se ve desgraciada por unos subtítulos que, aparte de gigantescos y mal traducidos, están completamente desfasados del audio original, anticipándose a los diálogos en unos cuantos segundos; lo suficientemente adelantados como para dejar al espectador fuera de órbita.
¿He sido demasiado malo con La Noche de los Muertos Vivientes? Hay que perder el respeto a los intocables y a los clásicos sin sonrojarse. Al pan, pan, y al vino, vino. Y éste, no pasó de la innovación y de la sorpresa inicial (¡qué ya es mucho!)... Para sacarme el mal de gusto de boca, ahora mismo voy a reconciliarme con el género y a revisar Amanecer de los Muertos. ¡Ahí es ná!
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