Cube, el debut cinematográfico del realizador canadiense Vincenzo Natali, es el más claro ejemplo del fantástico pensado y calibrado, en especial, para los más gafapastas de espíritu. Un conglomerado matemático y de filosofía barata, tras el que se esconde un análisis falsamente profundo de la condición humana. Sociología a través del cubo de Rubik.
Siete son los únicos personajes que protagonizan Cube. Uno de ellos, el primero, es casi un visto y no visto: el pretexto visual y narrativo para situar al espectador en el epicentro contextual y argumental por el que se desarrollará el film. Los caracteres de los otros seis implican una muestra, en exceso estereotipada, de la sociedad actual: un policía de color, perverso y con ínfulas de líder; una joven estudiante de matemáticas, timorata e insegura; una doctora solterona, recelosa y amargada; un administrativo, introvertido y hastiado de su vida; un anormal, dotado de habilidades numéricas y, por último, un delincuente, todo un experto en fugarse de los centros penitenciarios en los que ha sido confinado.
Las cobayas humanas para el experimento ya están a punto. Sólo es cuestión de abandonarlas a su suerte en el interior del extraño laboratorio ideado por Natali. Más que un laboratorio, se trata de una cárcel hermética, sin comida ni salida aparente. Un inmenso y desproporcionado cubo de Rubik, formado por miles de cubículos pequeños, cada uno de ellos en forma de habitación cuadrada, con varias puertas que comunican con los poliedros adyacentes y que se diferencian, entre ellos, por los distintos colores con que han sido diseñadas. Un laberinto cúbico, plagado de trampas mortales y del que será casi imposible encontrar la salida.
Alea Jacta Est. Las víctimas elegidas ya pululan por el interior del gigantesco Rubik. El temor, el odio, la sospecha, el racismo y el miedo a la muerte, saldrán a flote. La tensión entre ellas no se hace esperar. Todas son conscientes de que están colocadas ahí dentro por alguna razón en concreto, pero ninguna sabe el porqué. La paranoia y la conspiranoia no tardarán en hacer acto de presencia.
¿Un sueño? ¿Los efectos alucinógenos de una droga? ¿Una conspiración gubernamental? En el fondo, a Vincenzo Natali le da igual. Él propone un sinfín de preguntas sin respuesta. Ahí se las componga el espectador, pues siempre queda como muy inteligente el no dar las pistas necesarias para resolver una película (y más siendo tan rocambolesca como ésta). Como el tío sabe de sobras que su producto, por esa composición tan cerrada y claustrofóbica que posee, puede resultar aburrido –que lo es, ¡y un rato largo!-, de vez en cuando, y para contentar al publico gore, suelta una mínima y esporádica explosión de violencia. Las trampas en el interior de los cubitos hacen su efecto demoledor, al tiempo que los seis mártires elegidos van restando posibilidades a su salida y a su supervivencia. La substracción causa su efecto: seis, cinco, cuatro... Las cobayas, a medida que avanza su farragoso metraje, se van reduciendo. Y cuando menos quedan, más sube el grado de tirantez que se establece entre ellas.
Sus actores, gente bastante desconocida en general, también navegan lo suyo dentro del laberinto. Más que navegar, hacen agua. El histrionismo es la característica que mejor los define. No es de extrañar que la mayoría de ellos, antes y después de intervenir en Cube, hayan estado metidos en subproductos cinematográficos o series televisivas de poca envergadura. No dan para más. Y eso, en un film tan estancado como éste, se nota mucho, agravando a la máxima potencia el cansino ritmo con el que ha sido planteado desde un principio.
A buen seguro, Cube es un título que, en su estreno, haría disfrutar de lo lindo a un tipo como David Lynch pues, al finalizar, uno se queda como al principio: con la boca abierta y con la impresión de haber perdido el tiempo. O eso, al menos, es lo que me ha ocurrido a mí en las tres ocasiones en que me he enfrentado a la peliculilla de marras.
Suerte que, unos años después, Vincenzo Natali se enmendó un poco y se curró un film tan curioso y efectivo como Cypher, un sencillo pero esmerado homenaje fantástico al personaje de Roger Tornhill (aka George Kaplan), el inolvidable y desorientado Cary Grant de Con la Muerte en los Talones. ¡Eso sí que era cine, pardiez!
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