9.4.07

Espía cómo puedas... pero poco a poco, sin prisas

Han pasado más de 13 años para que Robert De Niro, desde la espléndida Una Historia del Bronx, vuelva a colocarse tras una cámara. Trece años que, además de seguir interpretando, ha dedicado ha recoger información específica con la finalidad de poder filmar El Buen Pastor, una película que, entre otros temas, muestra el nacimiento de la CIA.

El film se centra, ante todo, en Edward Wilson, un hombre peculiar y de pocas palabras al que da vida Matt Damon y para cuya construcción se han inspirado -de manera muy libre- en la figura de James Jesus Angelton, el verdadero fundador de la CIA. La inexpresividad y la sosería habitual en el actor se han convertido en los únicos rasgos con los que definir la personalidad del tal Wilson, un tipo frío, en extremo meticuloso y (accidentalmente) maquiavélico.

El Buen Pastor se inicia en abril de 1961, justo después de la fracasada invasión de Bahía Cochinos; una operación militar frustrada, de clara ideología anticastrista y orquestada por la CIA; una intervención que despertó todo tipo de sospechas en la mente del presidente norteamericano, el por aquel entonces recién elegido John F. Kennedy. A partir de este punto, De Niro echará mano (de forma abusiva) de la técnica del flash back para dar un sobrio y extenso repaso a la existencia del citado Edward Wilson, uno de los agentes directamente implicados en el caso. Una dilatada y excesiva revisión, de más de dos horas y media de duración, en la que tendrán cabida todo tipo de hechos, tanto de su vida privada como de sus acciones como espía gubernamental.

Un festival Matt Damon que hará las delicias de los seguidores más acérrimos del actor y que, a partes iguales, irritará a aquellos que –como a un servidor- no le encuentran el truquillo al mismo. Y es que no hay una sola escena en la que el hombre no aparezca; un detalle, este último, en parte bastante lógico, ya que todo cuanto ocurre pasa por el tamiz de su mirada. Pero a mí entero parecer, y debido a su "obligada" permanencia en pantalla, otro actor con distintos recursos interpretativos le habría otorgado más entidad al film y al personaje.

Suerte que al menos, para paliar un tanto esa sobredosis Damon, se puede disfrutar del numeroso plantel de excelentes secundarios que arropan al protagonista de El Caso Bourne. Algunos de ellos muy desdibujados en sus roles; otros demasiado desaprovechados; pero todos, del primero al último (exceptuando a una Angelina Jolie muy poco creíble), cumpliendo con su labor de manera eficaz.

La morosidad narrativa es uno de los factores determinantes a la hora de enjuiciar un producto que, sin tanta perdida de tiempo injustificada, se podría condensar en tan sólo un par de horas de duración. Un poco más de nervio y agilidad habrían ayudado a su mejor digestión. Y es que esa falta de brío y la lentitud con que afronta ciertos pasajes, se contraponen, en parte, con la cantidad de lagunas, cabos sueltos y episodios no muy bien resueltos que va dejando a lo largo de su metraje.

Es innegable que De Niro, a pesar de su loable empeño en dar a conocer al espectador los inicios de la CIA, ha cuidado más la parte visual que la descriptiva. Teniendo en cuenta que la cinta transcurre a lo largo de casi tres décadas distintas (desde antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial hasta después del incidente de Bahía Cochinos), se puede calificar de excelente la minuciosidad con la que ha cuidado los detalles estéticos y de ambientación escenográfica. En este aspecto, no es de extrañar que el tiquismiquis de Francis Ford Coppola figure acreditado como productor ejecutivo: de todos es sabido su afán, casi enfermizo, de mimar la imagen final hasta extremos impensables.

Recelos y secretismo: dos conceptos que definen, a la perfección, todo cuanto rodea al protagonista de El Buen Pastor; una película bienintencionada pero fallida, en la que Robert De Niro, a pesar de colocar la cámara de manera brillante, se ha olvidado de dotar de vida a sus personajes. O mejor dicho, al personaje; a Edward Wilson, su casi único personaje.

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