No soporté una hora entera de película. Entre la tontería innecesaria de la Automavisión de las narices y ese aire de comedia pedantilla y falsamente inteligente, puse pies en polvorosa antes que recurrir a una sobredosis de mi medicación diaria. Esos guiños intelectualoides (y sin gracia) al mundo del teatro, o la cargante (y nada creíble) manera de afrontar las relaciones entre los trabajadores de una empresa en crisis, me pareció de lo más burdo y sin sentido que he visto últimamente. Y es que, como nórdicos, el frío que les arropa durante casi todo el año les ha dejado el sentido del humor congelado. Es evidente, tras ver esta fantochada, que von Trier se mueve mucho mejor en su desmelenado universo melodramático que por entre los cánones de la comedia.
Mucho mejor le ha salido a Susanne Bier su Después de la Boda, un excelente largometraje, de tintes dramáticos, que llegó a estar nominado a Mejor Film de Habla No Inglesa en la última edición de los Oscar. En él, hace un punzante y amargo retrato de la alta sociedad danesa y, como extensión a su anterior título, Hermanos, entra a saco bombardeando a ese núcleo familiar, compacto y estereotipado, al que tanto se alaba, en los últimos tiempos, desde el cine norteamericano.
Una historia de amor y desamor, de secretos ocultos y de sentimientos profundos, en el que el excelente trabajo de sus actores principales se convierte en uno de los elementos imprescindibles de la trama. La naturalidad de sus interpretaciones y la credibilidad que obtienen de sus torturados protagonistas, así como su bien entrelazado guión, hacen de Después de la Boda un producto imprescindible.
Aquí, Mads Mikkelsen, dando vida a un hombre de buen corazón que ha dejado su Copenhague natal para montar un orfanato en la India, hace una creación totalmente opuesta a la del perverso Le Chiffre de Casino Royale. Un actuación con mucho empaque que poco tiene que envidiar a la de su rival masculino, Rolf Lassgård, Jorgen en el film, un poderoso empresario danés que ofrecerá, al primero, 4 millones de dólares, para su orfanato, bajo una única condición: la de asistir antes, como invitado, a la boda de su hija.
Después de la Boda: un título a tener en cuenta. Milimetrado, emotivo y desgarrador. Es una lástima que, con tanta sobriedad narrativa, abuse un tanto de la lágrima fácil en sus últimos minutos de proyección. Un error ciertamente perdonable. Y más teniendo en cuenta la brillantez con la que ha ido exponiendo sus claves y sorpresas argumentales a lo largo de sus nada pesadas dos horas de duración.
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