Con unos cuantos meses de retraso, -y como de tapadillo (por suerte para muchos)-, se ha estrenado el film germano que ganó la última edición del Festival de Sitges: Réquiem. Un Réquiem al que en España han añadido la espantosa coletilla de El Exorcismo de Micaela. Alucinante y ciertamente preocupante: un festival de cine fantástico premiando, como si fuera la cosa más normal del mundo, a un producto basado en un caso real. De hecho, la película de Hans-Christian Schmid se inspira en el mismo suceso que ya utilizó la producción norteamericana El Exorcismo de Emily Rose, aunque el tratamiento de ambas sea totalmente distinto.
Mientras el film protagonizado por Laura Linney partía de un exorcismo y se centraba en el juicio a seguir contra el sacerdote ejecutante del mismo, Réquiem plasma el proceso de degradación que sufrió la víctima de tal ritual antes de ser sometida a él, dejando el tema del conjuro un tanto aparcado (y bastante velado) para su parte final.
La víctima es Michaela (que no Micaela) Klinger, una joven epiléptica de 21 años que, a pesar de su enfermedad y de la oposición de su posesiva madre, está dispuesta a abandonar el hogar familiar para ir a estudiar a la Universidad de Tubingen. La chica no sólo tendrá que enfrentarse a las trabas de su progenitora, sino que también se verá bloqueada por sus propios sentimientos cuando estos choquen con la fuerte educación religiosa que le ha sido inculcada.
No hagan caso de lo que puedan leer por ahí, ni siquiera de lo que dice Internet Movie Database sobre este título. Allí se le califica (en cuanto a género y de manera errónea) como una mezcla de melodrama, thriller y film de horror. Lo de melodrama es lo único cierto, pues es más que evidente que tras Réquiem se esconde un dramón de mucho cuidado. De thriller les puedo asegurar que no tiene nada de nada, ni el más mínimo esbozo. Y en cuanto a lo de film de horror..., la verdad es que sí, que los del IMDB tienen su parte de razón, siempre y cuando la palabra horror la apliquen a la cinta en términos peyorativos, pues –en general- es de lo más inaguantable que me he tragado durante los últimos meses.
Todo el metraje de Réquiem gira íntegramente en torno a las neuras religiosas y los ataques epilépticos de Michaela. No hay más que eso, pues la película no avanza en ningún otro sentido. Y es que viendo el estilo visual utilizado por su realizador (una especie de Dogma de baratillo, de pálida fotografía, iluminación natural y filmada cámara en mano), está claro que el hombre ha querido jugar a ser más que el propio Lars von Trier, sin tener en cuenta que casi no tenía una mínima historia que contar para sostener un producto de hora y media de duración. Reiterativo y pedante son dos adjetivos demasiado suaves para definir un peñazo como éste. Es tal el desinterés que acaba provocando que ni siquiera funciona como (necesaria) crítica a las comidas de coco religiosas.
Sandra Hüller, la joven que da vida a la torturada Michaela y que obtuvo su merecido reconocimiento por los jurados de Sitges y Berlín, es lo único salvable de este gran y pretencioso despropósito. Los deslumbrantes cambios de registro interpretativos, necesarios para dar credibilidad a su enfermizo personaje sin caer jamás en la sobreactuación, hacen de este un trabajo memorable digno de tener en cuenta.
Traumas causados por el miedo a los castigos divinos, madres posesivas, enfermedades mentales, patitos feos sin un lugar en el que sentirse seguros... En definitiva, los mismos tópicos con los que jugó De Palma, hace muchos años, para realizar la interesante Carrie, una de sus películas más emblemáticas. Melodrama, thriller, horror...: vocablos que, en este caso, estarían correctamente aplicados.
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