
En mala hora
Federico Fellini descubriera al mentecato de
Alvaro Vitali durante el casting del
Satyricon. Ello ocurría en 1969. Posteriormente y en un par de ocasiones más, el reputado realizador volvería a echar mano de este actor bizco y bajito que, por su aspecto, daba la talla ideal para encarnar a cualquiera de sus habituales y esperpénticos personajes: un grupo constituido por un montón de tipos extravagantes que, por su constancia en el universo del director, fueron bautizados con el nombre de
fellinianos.
Vitali (de quien ya hablé hace un tiempo en otro
post), tras un papel más destacado de lo normal en la magistral
Amarcord y de una pequeña colaboración en la indescriptible
¿Qué? de
Polanski, cobró vida propia, convirtiéndose en un monstruo cinematográfico de lo más repulsivo y patético. Su estrafalaria imagen se convirtió en un icono de la
caspa en los años 70 y 80, ya que se alzó como protagonista, en exclusiva, de una serie interminable de títulos en los que dio vida a un
adolescente calentorro que, a pesar de su avanzada edad, aún tenía pendiente finalizar su escolarización. Uno de éstos, quizás el más renombrado y popular, fue el de
Jaimito Contra Todos, un claro ejemplo del tipo de humor en el que se movía el indivíduo.
En el citado film y bajo las órdenes de
Marino Girolami encarnaba, ¡cómo no!, a
Jaimito; un
Jaimito que, en su versión original italiana, atendía por
Pierino. Y es que, tanto
Jaimito –en España- como
Pierino –en Italia- eran los nombres con los que se conocía a un niño gamberro y pasado de rosca que, a nivel de tascas, se alzó como el inevitable
ser protagónico de un sinfín de chistes bastos y horteras, en los que el sexo y un enfermizo gusto por la escatología tomaron un papel relevante. De hecho,
Jaimito Contra Todos supone una recopilación en imágenes de todos esos chistes y en donde
Vitali asumía, por enésima vez y sin vergüenza alguna, el rol de ese chaval desmadrado y corto de entendederas. Un descerebrado que, por sus treinta y tantos tacos, se acercaba más a las coordenadas de un deficiente mental que a las de un chiquillo en edad escolar (por muy repetidor que fuera).
En la película ( si a ello se le puede tildar de película) no hay línea argumental que valga. Todo cuanto ocurre gira en torno de Jaimito y sus salidas de tono; salidas que, repito, estaban sacadas directamente del boca a boca, de la cultura callejera, lugar en el que tenían su lógica cabida . En este aspecto, su guionista, un tal Gianfranco Clerici, demostró que la ley del mínimo esfuerzo es totalmente viable en el mundo del cinematógrafo. La cuestión era trasladar, fuera como fuera, los citados chascarillos a la gran pantalla. Y, para apoyar al idiota de Jaimito, allí estaban toda su disfuncional familia, una maestra con pinta de buscona, sus compañeros de clase y un instructor de gimnasia con ganas de beneficiarse a la recién llegada profesora. Una troupe de frikis de altos vuelos al servicio de un putero precoz con pinta de angelito anormal.
Caca, culo, pedo: tres palabras que simbolizan, por sí mismas y en su máximo esplendor, la filosofía de este engendro fílmico. Tres palabras que anteceden al singular y no muy extenso vocabulario de Jaimito. Cagalera, pedorreta, cataplines, tetas, condón, boniato, bolas, pelotas, boñiga, bragas y otros vocablos por el estilo, son utilizados por el protagonista, minuto a minuto y sin orden ni concierto. Todo un genio de la subnormalidad más profunda que, en sus momentos más calenturientos, lograba desnudar a su tentadora profesora con la única ayuda de su mente.

“¿Sabéis que las bolas de billar tienen pelos?”, pregunta Jaimito a un grupo de niños en los lavabos del colegio. “¡Las bolas de billar no son peludas!", le contestan al unísono los pequeños. “¿Qué no tienen pelos?”, resopla nuestro obseso héroe; “¡Billar, ven aquí y enséñales tus bolas a éstos!”, ordena al tiempo que cruza el umbral de la puerta un criajo de tamaño descomunal... Un nivelazo el de este chiste que, al igual que el de otros de similares, se va repitiendo a lo largo y ancho de sus 90 inacabables minutos de duración.
Hasta hoy, nunca me había atrevido a enfrentarme a una película de este infame personaje. Y jamás volveré a ver ninguna más. Colocándome a idéntico nivel que Jaimito y sus artífices, les puedo asegurar que, en esta ocasión, con lo del ustedes lo han querido, me la han metido doblada y hasta el fondo. Que no se vuelva a repetir o me veré obligado a tomar medidas drásticas.