La de anoche fue una gala descolorida, aburrida, incluso diría que triste. La celebración de los 25 años de los premios
Goya no estuvo a la altura, sin ir más lejos, de la
edición anterior. Fueron, sencillamente, las
bodas de plata del rencor. El mal ambiente provocado por la controvertida
Ley Sinde(scargas) se palpaba en el ambiente. La tensión entre
Álex de la Iglesia, presidente de la Academia, y la Ministra de Cultura, sentados uno al lado del otro, era más que visible. Sobre el escenario,
Andreu Buenafuente, en su papel de maestro de ceremonias por segundo año consecutivo, intentó lo imposible para suavizar el mal rollito. Aún y su esfuerzo, el cómico se quedó a años luz del esmerado trabajo del año anterior. Trabajar en malas condiciones tiene su precio. Mientras, afuera, en la calle, un numeroso grupo de
Anonymous seguía dispuesto a todo, a pesar de que TVE no se dignara a mostrar ni una sóla imagen del mismo.

Álex de la Iglesia, uno de los pocos asistentes ante el cual los
Anonymous silenciaron sus abucheos al entrar por la alfombra roja junto al equipo de
Balada Triste de Trompeta, aprovechó su discurso para esgrimir su malestar ante las ardides
legislativas de
Sinde y de su propia vicepresidenta,
Icíar Bollaín. La cara de mala leche que esbozó esta última, a lo largo de las más de tres horas de ceremonia, no tuvo parangón. La Ministra en cambio, aunque muy a su pesar, aguantó estoicamente el jarro de agua fría que le soltó desde el estrado el presidente saliente. A mal tiempo, buena cara.
El goteo de premios (que pueden consultar íntegramente en este
link) fue cayendo poco a poco, con demasiada lentitud. Primero, de forma repartida; luego centrándose en un único título, el
Pa Negre de
Agustí Villaronga. Ni los excesos esperpénticos de
Balada Triste de Trompeta ni las forzadas (y poco creíbles) reivindicaciones político-sociales de
También la Lluvia se vieron recompensadas. Al
presi se le veía inquieto: ya tenía ganas de que el circo finiquitara. Incluso la interesante
Buried se quedó aparcada en la cuneta con tres únicos Goya.
Bardem de nuevo se salió con la suya, no sin tener que soportar antes a ese descerebrado de la barretina que se cuela en todo tipo de actos. Y si ya de por sí la gala estaba resultando de lo más indigesto, cuando faltaban pocos minutos para la una de la madrugada,
Mario Camus, el Goya de Honor de la noche (¡que salió al estrado presentado por la voz en
off como si se tratara de
Federico Luppi!), nos torturó con un extenso y soporífero discurso que parecía no tener fin.
Al igual que
Buenafuente, quien a través de un reiterativo
gag desapareció del escenario en diversas ocasiones gracias a una trampilla situada en medio del escenario, este año los Goya también terminaron en el interior del oscuro foso del
Teatro Real de Madrid.

Lo único positivo, y en compensación al inesperado empate del
Barça en el campo del
Sporting de Gijón, es que al menos, ayer noche, el cine catalán ganó por goleada. Hasta
Pasqual Maragall tuvo su rinconcito. El resto es mejor olvidarlo.
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