El próximo domingo 27 de febrero se realizará la 83º edición de los Premios de la Academia de Cine, lo que más popularmente se conoce como la Noche del Oscar. Y a una de las 10 películas nominadas que parten con más posibilidades, El Discurso del Rey, aún la tenía pendiente de comentar en esta página. Con un retraso considerable respecto a la fecha de su estreno, por fin le ha llegado su turno.
Dirigida por el londinense Tob Hooper, la cinta hace gala de esa corrección formal que tienen los ingleses a la hora de afrontar ciertos pasajes de su historia. En este caso, se acerca al episodio que muestra los problemas de tartamudez de un recién coronado Jorge V quien, tras la escandaloso abdicación de su hermano Eduardo VIII, hubo de tomar apresuradamente las riendas de un país que estaba a punto de entrar en guerra.
Dos crisis, una política y otra personal, que El Discurso del Rey resuelve de manera efectiva. Centrándose en la particular relación que se creó entre el monarca (ya desde antes de alcanzar el trono) y Lionel Logue, su muy peculiar logopeda, la película avanza a medio camino entre el melodrama y la comedia. Las geniales y divertidas sesiones impartidas por Logue a su cliente de sangre azul contrastan, a la perfección, con la inseguridad de un personaje marcado traumáticamente desde su más tierna infancia y al que la corona le venía un poco grande.
A un lado, dando vida a Jorge V (Bertie para los más íntimos), Colin Firth, un actor que siempre se me había antojado bastante soso y que, con este papel, logra finalmente dar la gran campanada de su carrera: sobrio, elegante y al mismo tiempo capaz de transmitir el desequilibrio emocional de su personaje al espectador. Y al otro, en la piel del educador, un magistral Geoffrey Rush, todo un monstruo de la gran pantalla. El poder y la plebe cara a cara. Un duelo interpretativo en el que no hay ganadores ni perdedores, pues ambos están de Oscar.
No hay más que esto: el tartaja y el plebeyo, cierto apunte crítico al poder político de la Iglesia (a través del personaje del arzobispo Cosmo Lang interpretado por un insuperable Derek Jacobi) y un mucho de emotividad a lo largo del relato. En definitiva: la crónica de la gestación de una gran amistad (con sorpresa incluida) rematada por el crucial discurso radiofónico que el monarca lanzó a sus súbditos horas antes de entrar en guerra con Alemania. Todo muy british y refinadamente aséptico. Divertido y emotivo al mismo tiempo. La filosofía de educar históricamente a través de pequeñas anécdotas personales, ha vuelto a funcionar a las mil maravillas.
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