Vista hoy en día, Valor de Ley ha envejecido mal, ha quedado como un film pequeño, muy pequeñito, con una cargante niña resabiada como coprotagonista (Kim Darby) y conductora de una manida historia, típica y tópica, en la que el tema de la venganza se alza como motivo principal. Algún que otro momento aislado, como el enfrentamiento de Wayne en solitario, en medio de una inmensa pradera y a lomos de su caballo, con un grupo de peligrosos hombres armados, ha pasado a formar parte de la memoria colectiva, así como las insolentes frases fachendas que suelta el tal “Rooster” Cogburn durante sus habituales melopéas. El resto es más de lo de siempre, alejado de los grandes clásicos del género, aunque resuelto con el academicismo formal de un artesano como Hathaway.
Ahora, los hermanos Coen, han recurrido a la misma novela de Portis para actualizar la vieja cinta del 69 con idéntico título, Valor de Ley. Y, la verdad, pocos elementos diferencian un film del otro, a no ser por la siempre celebrada presencia de un monstruo como Jeff Bridges al que un papel como el del tal “Rooster” le viene como anillo al dedo y que, en el fondo, termina por convertirse en la mejor baza de esta revisión.
El resto es más o menos similar, con algún que otro cambio no muy sustancial. La reducción del metraje, por ejemplo, es totalmente de agradecer, ya que a las dos horas y pico del original se le han restado casi treinta minutos, otorgándole de este modo un poco más de ritmo a la historia. Como anécdota, y contraviniendo la fama de políticamente incorrecto que siempre ha tenido el cine de los Coen, aquí se llega a salvar a un personaje que moría en la película original de Hathaway. El añadido de un epílogo, para dar a conocer el devenir de algunos de sus personajes, es quizá la innovación más visible con respecto al producto del 69.
¿Era necesario un remake de Valor de Ley? Una pregunta que incluso se llegó a plantear en su día el propio Jeff Bridges ante la propuesta de Joel y Ethan Coen. Personalmente, al igual que ante la mayoría de remakes, pienso que se la podrían haber ahorrado. No tuvieron suficiente con revisar las excelencias de El Quinteto de la Muerte a través de la olvidable Ladykillers que ahora han vuelto a las andadas. Aunque, en esta ocasión, con mejores resultados pues, en general, han sabido llevar a su terreno (y aligerar) muchas de las situaciones que en su tiempo planteó Henry Hathaway.
No es una mala película. Tampoco es el gran título del año. Sencillamente se trata de un producto digno, quizás innecesario, capaz de ofrecernos un gran trabajo de Bridges (siempre al límite de la sobreactuación, pero sin caer en ella) y del buen número de actores que le secundan, entre ellos Matt Damon, Josh Brolin o la joven Mattie Ross, esa niña que para vengar la muerte de su padre a manos de un viejo empleado de la familia, decide recorrer a las malas artes de alguien como el legendario “Rooster” Cogburn.
No me negarán que sería altamente singular que Jeff Bridges consiguiera su segundo Oscar gracias al mismo personaje que antaño ya se lo diera a John Wayne. Una manera como otra de cerrar el círculo.
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