Primos, al contrario que sus dos títulos anteriores, apuesta directamente por la comedia alocada, aunque con ciertas pinceladas (mínimamente) ácidas para darle ese (forzado) toquecillo de cine de autor. Las escenas teóricamente cómicas no tienen gracia, suenan a fantochada; las dramáticas (las mínimas), no encajan ni con calzador. Los tres personajes protagonistas ni están bien definidos ni tienen gancho. Historias como la que plantea la película las hemos visto en multitud de ocasiones. Un déjà vu más al que hay que añadirle ese molesto aspecto de teleserie que en los últimos años rezuman la mayor parte de productos españoles.
Quim Gutiérrez, ese Diego abandonado ante el altar, demuestra que lo suyo, más que la interpretación, es el recitar: suelta sus frases de forma encadenada, a cien por hora, como un autómata, de manera alarmantemente inexpresiva. Adrián Lastra -el primo descerebrado y con un parche en un ojo- carga pésimamente con el personaje más insoportable del film, el típico friki escapado de una comedia teenager norteamericana, mientras que Raúl Arévalo repite, sin sorpresas y por enésima vez, su rol de quincorro de buen corazón. Nada nuevo bajo el sol.
No me sean primos y ahórrensela. Cualquier episodio de Doctor Mateo (o similar) provoca el mismo efecto. Y es que hasta incluso resulta excesivo el borracho al que da vida Antonio de la Torre, un actor de solvencia contrastada. Suerte de la presencia de Inma Cuesta, lo más fresco y positivo del film.
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