El español Rodrigo Cortés debutó en el mundo del cortometraje a finales de los 90 y, en el 2007, se estrenó en el campo del largo con el espléndido Concursante. Tres años más tarde, regresa a la pantalla grande con Buried, una de las cintas más interesantes de entre todas las estrenadas hasta el momento en esta temporada.
Poco pienso escribir sobre Buried. Su historia es tan precisa, mínima y tensa, que no querría desvelar ninguno de los aspectos que envuelven a una de las pesadillas más angustiantes vistas en una sala cinematográfica. Sólo avanzarles que Cortés ha ido mucho más allá de los enterrados vivos anteriormente por Tarantino (Kill Bill 2 y C.S.I. Las Vegas). Su minuciosidad descriptiva, su ritmo trepidante y la originalidad de la puesta en escena (exenta de trampas narrativas tipo flash-back), hacen de ella una propuesta singular e irrepetible. Noventa minutos de alto voltaje total.
Un desierto en Irak y un tipo en un sobrio ataúd sepultado unos cuantos metros bajo tierra. Oscuridad, miedo y claustrofobia son sus principales parámetros. El escenario es único y la habilidad de su montaje es mayúscula. Con cuatro detalles de guión y un par de movimientos de cámara, se transmite fácilmente la ansiedad de su protagonista al espectador. Sólo hay que añadirle la solvencia interpretativa de Ryan Reynolds para ayudar a traspasar la impotencia que siente su atemorizado personaje, Paul Conroy, un transportista norteamericano atrapado en vida bajo la arena iraquí.
Aquí me planto. Descubran la exquisiteces de Buried por ustedes mismos. Y acudan a la cita antes que les destripen demasiado la historia. Por si las moscas, llévense un par de ansiolíticos en sus bolsillos.
Por cierto: pongan mucha atención en sus títulos de crédito iniciales y en la maravillosa banda sonora compuesta por Víctor Reyes. Punto.
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