El Festival de Sitges finalizó ayer. Hoy, de nuevo en casa y dispuesto a escribir las impresiones sobre aquellos films que pude visionar en una edición que, en mi modesta opinión, ha resultado menos fantástica de lo esperado y cuyos premios ya pueden consultar en este link.
DÍAS 5 Y 6 (de mansiones encantadas, vampiros rockeros y brujas apestadas)
El lunes y el martes pude prestar muy poca atención a las proyecciones del certamen. De todos modos rasqué alguna que otra cosilla, tal y como sucedió con La Otra Hija (The New Daughter), estrenada este mismo fin de semana en España y que supone el debut, en el campo del largometraje, del donostiarra Luis Berdejo. Un debut por todo lo alto en los EE.UU., con Kevin Costner e Ivana Baquero (la niña de El Laberinto Del Fauno) como protagonistas principales. La historia propuesta supone una nueva vuelta de tuerca a un tema en exceso manido, el de las mansiones poseídas, con alguna que otra mínima variación en relación con la inmensa cantidad de productos similares. Aquí, por ejemplo, el mal no habita en el interior de la casa, pues se localiza en un montículo situado en el bosque que la rodea. Un padre divorciado y sus dos hijos se trasladan a vivir a una nueva residencia, lugar en el que a la hija mayor se le irá agriando el carácter. Más de lo de siempre, filmado sin garra alguna y con la única intención de cubrir el expediente.
Un pase del director’s cut de la sobrevalorada Donnie Darko y la revisitación de Hipnosis, un esforzado título español de cine negro de los años 60, dirigido por Eugenio Martín y con inquietante muñeco de ventrílocuo incluido, fueron algunos de los pases destacados antes de una sesión golfa dedicada al vampirismo. De los tres títulos programados, tuve la posibilidad de asistir a Suck, una tontería de producción canadiense orquestada por un tal Rob Stefaniuk, a medio camino entre la ópera rock, el cine sobre vampiros y la comedia idiota. De protagonistas, los integrantes de una banda rockera que ven aumentar el taquillaje de sus conciertos tras haber sido vampirizada la vocalista del grupo. Su principal objetivo, homenajear a los viejos rockeros, aquellos que nunca mueren, a través de un cansino sinfín de guiños visuales y musicales. A pesar de las colaboraciones de Alice Cooper, Iggy Pop, Moby y de un patético Malcom McDowell (a modo y manera de un moderno Van Helsing), la cosa se queda en agua de borrajas.
El martes sólo pude asistir a Black Death, una coproducción anglo-alemana realizada por Chistopher Smith. Ambientada en la Europa del siglo XIV y en medio de una furibunda plaga de peste, la cinta se centra en un grupo de personajes que, movidos por la sospecha de posibles actos de brujería, inician el viaje a un pueblo cuyos habitantes se muestran inmunes a la pandemia. Algunos giros inesperados de guión y su perfecta ambientación, son lo más destacable de un trabajo aburrido y con una fuerte carga religiosa en su haber. Atención a la presencia, siempre de agradecer, de Sean Bean (cada día más parecido físicamente a Laudrup, el ex jugador del Barça) y a los cantarines pelucones encasquetados a algunos de sus actores.
DÍA 7 (de pijos neoyorquinos, trapicheos urbanos, camioneros rusos, padres vengadores, víctimas de atracos y exorcistas chapuceros)
La jornada se abrió con la cargante y aburridísima Twelve, el último trabajo del norteamericano Joel Schumacher. Una falsa visión sobre la juventud neoyorquina actual, llena de hijos de papá y fiestecitas nocturnas privadas, en donde las drogas, el alcohol y la violencia cobran un protagonismo especial. De ser el director que convirtió a Batman y a Robin en dos locuelas escapadas de una revista de Colsada, el hombre se ha convertido en un prepotente juez de lo más moralista. De juzgado de guardia. Y digo yo, ¿qué narices tiene de fantástico este título para estar en un festival de género?
A continuación, huyendo de nuevo del fantástico y adentrándose directamente en el cine negro, la sueca Dinero Fácil. Dirigida por Daniél Espinosa, se trata de un digno thriller, quizás demasiado alargado en su metraje (124 minutos), en donde se mezclan mafias locales, narcotráfico y un montón de personajes salidos de los bajos fondos de Estocolmo con ganas de ganar dinero rápido y por la vía fácil. Algunas escenas de acción, perfectamente filmadas, ayudan a romper un tanto su calmado ritmo narrativo.
Programada de forma alucinante dentro de la sección oficial fantástica, llegó
al festival My Joy, una producción ucraniana, de tinte claramente realista y que supone un devastador retrato de la antigua Unión Soviética, un país en donde la miseria campaba a sus anchas. 130 minutos de lo más plomizo protagonizados por un camionero que, en su ruta, se enfrentará a un sinfín de situaciones en las que la indigencia tiene un papel destacado. Muy buenas intenciones al servicio de un peñazo imposible de soportar. Un servidor, en busca de aire fresco, no llegó a la hora de proyección.
Lo mejor del día, sin ser tampoco de género fantástico, se localizó en la canadiense Les 7 Jours du Talion, un melodrama cercano al noir en el que un padre de familia, cirujano de profesión, decide tomarse la justicia por su mano ante la violación y asesinato de su hija de ocho años. La tortura vuelve a estar presente en Sitges tras la polémica que supuso Martyrs en una edición anterior, aunque en este caso, su realizador, Daniel Grou, se acerca a la misma de un modo más sutil, sin saltarse los límites y sin recrearse en ella, todo lo contrario que la citada ganadora del Méliès de Oro del año pasado. Un thriller tenso, duro, de ritmo reposado y con un mucho de juego psicológico en su haber.
La italiana La Doppia Hora también huye del fantástico para centrarse, al igual que el título anterior, en el cine negro. Dirigida por un tal Giuseppe Capotondi, la cinta narra las vivencias de una inmigrante del Este, empleada de servicio en un hotel de Turín, que se convierte en una de las víctimas de un atraco a mano armada al lado de su nuevo compañero sentimental, un ex policía reconvertido en guardia de seguridad. Un giro en su guión, de lo más falso, truculento y manido, acaba con la buena impresión inicial.
La Posesión de Emma Evans, cinta española del barcelonés Manuel Carballo rodada totalmente en inglés y producida por Julio Fernández (Filmax en sus últimos coletazos), no aporta nada nuevo al tema de los exorcismo y posesiones diabólicas varias. El Mal, al igual que en el cine patrio del franquismo, no tiene cabida en tierras españolas. La adolescente rebelde de siempre, con problemas familiares y con el demonio metido en el cuerpo. De propina, el exorcista de turno marcado por una conjura anterior que le salió un tanto chunga. La única diferencia con otros títulos similares estriba en que el sacerdote en cuestión es familiar directo de la jovencita. Mal filmada, peor interpretada y pésimamente escrita. Una loa al primer plano y al montaje sincopado como máxima expresión cinematográfica. Para ver vídeo-clips me enchufo la MTV.
En un próximo post, los últimos días de este Sitges 2010.
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