8.11.07

Ustedes lo han querido: EL HOMBRE CON RAYOS X EN LOS OJOS

Roger Corman ha sido uno de los artesanos que mejor ha utilizado la economización de medios en pos de productos mínimamente dignos. Sus películas, marcadas la mayoría de ellas por el signo de la serie B (y, en alguna ocasión, incluso zetosas), han estado generalmente cercanas al fantástico (aunque con excepciones muy honrosas como, por ejemplo, La Matanza del Día de San Valentín). Con cuatro decorados y un buen plantel de actores funcionales (casi siempre los mismos), logró verdaderas delicias cinematográficas y un montón de títulos que, ahora, son considerados de culto. Además, hay que recordar que de su particular factoría han salido nombres que, con su cine, han superado al del propio maestro; Scorsese, Bogdanovich o James Cameron, entre otros, son buenos ejemplos de ello.

Durante la década de los sesenta, al hombre le dio por tontear con diversas (y numerosas) adaptaciones sobre la obra de Edgard Allan Poe. Seguramente, un poco agotado de seguir durante una dilatada temporada las mismas reglas, hizo un pequeño paréntesis para embarcarse en una de las películas que, con posterioridad, se ha convertido en una de las más conocidas (y míticas) del autor a nivel popular: El Hombre con Rayos X en los Ojos. Un film que, sin embargo y revisado de nuevo, ha perdido su frescura original, quedando, tan sólo, como un trabajo curioso que, a pesar de sus milimetrados 79 minutos de duración, denota un cierto decaimiento narrativo en su alargada y (delirante) parte final. Un final, por otra parte, resbaladizo y cargado de fuertes connotaciones religiosas.

Su arranque es ciertamente atractivo. En él, Corman nos presenta al Dr. James Xavier, un eminente cirujano que, amparándose en la teoría de que el ojo podría llegar a percibir rayos de luz jamás asimilados por la retina, se enfrasca en la confección de una pócima química para lograr tal propósito. Él mismo será su propio conejito de indias, aplicándose un par de gotas del caldo cultivado en ambos ojos. A partir de ese momento, ante el Dr. Xavier se abrirá un universo indeterminado, lleno de visiones, colores y nuevas formas que van más allá de la habitual percepción humana.


El planteamiento inicial es sencillamente genial, casi insuperable. En él, se mezcla la ansiedad y el miedo ante lo desconocido con un muy sibilino toque de comedia. Uno de esos guateques muy de la época, en los que se bailaba el twist sin parar y se bebían gintonics a punta pala, sirvieron al realizador para concretar una de las escenas más sabrosas y divertidas de su filmografía. Un homenaje en todo regla al voyeurismo durante el cual, el Dr. Xavier, con su pícara mirada, traspasa las ropas de cuantas mujeres se cruzan en su camino para deleitarse, en secreto, con las partes más íntimas de sus anatomías. ¡Cuanto habría dado por esos poderes el calenturiento Alfredo Landa del hispanish show cinematográfico de los sesenta!

Y allí, detrás de unas peculiares y oscuras gafas que caracterizaban un tanto la misteriosa y perturbadora fisonomía del cirujano loco, se encontraba un envejecido Ray Milland recién salido de otro film de Corman (la claustrofóbica y terrorífica La Obsesión), otorgándole un carácter entre profético y alucinado a su personaje. Una interpretación no muy contenida aunque sin embargo efectiva ya que, a medida que ese profesor chiflado, de mirada penetrante, entra de lleno en su cantado proceso de degradación física y psíquica, Milland cae también en la sobreactuación.

El Hombre con Rayos X en los Ojos pierde su rumbo cuando, a través de un forzado giro de guión, convierte a su alucinado protagonista en un fugitivo de la justicia. Un prófugo que, sin embargo, toma muy pocas precauciones para evitar ser atrapado. Convertirse en monstruo de feria o acercarse hasta Las Vegas para desbancar con sus facultades a algún que otro Casino, no son precisamente las mejores maneras de pasar desapercibido. Y mucho menos exhibiendo, sobre su rostro, unas gafas tan cantarinas y sospechosas que ya las querría Elton John para su colección privada.


Las coordenadas del cine basura acabaron por invadir las buenas intenciones de Corman. El colgarse mediante largas secuencias apoyadas, únicamente, en la repetitiva música compuesta por Les Baxter y las visiones psicodélicas y deformes del enajenado doctorcillo, son un claro síntoma de la poca fuerza de un guión que va perdiendo gas e interés a medida que se va acercando a su final. Un helicóptero policial, persiguiendo al automóvil conducido por un enfebrecido y cegato Milland, forma parte de la gratuita y patatera escena de acción que situará al espectador ante un epílogo de lo más moralista y cochambroso. La purgación de los pegados como remedio a los delirios de un ser soberbio que ha querido igualarse con su Creador. Tela marinera.

La película podrá ser considerada de culto, pero la carga moral y ética que lleva encima no se la quita nadie. Y el aburrimiento y la ridiculez en la que cae una vez entrada en materia, obliga a meditar profundamente en el porqué de la valoración desmesuradamente positiva que ha tenido durante tantos años. Ayer, revisándola, me llevé un gigantesco chasco.

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