La verdad es que viendo Un Funeral de Muerte, no supe encontrarle ese toque ealigniano que muchos comentan. La Ealing, en sus trabajos, resultaba mucho más sutil y británica que Oz. Éste apuesta por un humor mucho más burdo y soez, en el que la escatología y las drogas, como grandes puntos de inflexión humorística, ocupan un privilegiado lugar en la narración; detalles, por otra parte, que nunca se hubieran colado en el espíritu más perspicaz que esgrimía la productora británica en sus viejas cintas.
A pesar de ese “aparente” refinamiento británico que le otorgan sus protagonistas y del ambiente escenográfico en que se desarrolla, la chispa coñona del realizador sigue aún viciada por las comedias de su país de adopción cinematográfica. Es más: ese sarcástico humor negro que tan bien se le daba a la citada Ealing, aquí se convierte en una desmesura más cercana al slapstick que a cualquier mínimo atisbo de ironía a la inglesa.
Es una lástima que el director del también insulso In & Out no le haya sabido sacar más provecho a una historia que, en un principio, podría haber dado más de sí. Lo de reunir a un grupo de variopintos personajes para despedir a un familiar difunto, y situarlos (casi, como único escenario) en una casita en medio de la tranquila campiña británica, parecía un tema prometedor. Sobre todo si se tiene en cuenta la cínica idea de infiltrar, en el funeral, a un ser desconocido para todos ellos; un enano dispuesto, al precio que sea, a divulgar un secreto del fiambre entre sus seres queridos.
El gran problema de Oz es que, además de abrir varias historias que jamás se cierran, en ningún momento se plantea dibujar cuatro rasgos mínimos para definir a sus diversos personajes, lo cual crea cierta dificultad asimilativa en el espectador a la hora de que éste pueda hacérselos suyos. Y hete aquí el desinterés que, personalmente, sentí por cualquiera de los familiares de ese cadáver al que nunca acaban de despedir del todo y que, por otro lado, se centra y pierde demasiado tiempo en explotar la faceta más histriónica y cargante de Alan Tudyk, un actor al que actualmente también podemos ver en cartelera mediante una breve aparición en Lío Embarazoso.
Tres o cuatro gags aislados (aunque muy pasados de rosca, como ocurre con la defecación urgente de un anciano minusválido); la perversa y valiente idea de utilizar a un enano como elemento disonante y un mesurado metraje que no da tiempo al aburrimiento (menos de hora y media es más que suficiente para tan poquita cosa), son los mejores aciertos de un trabajo que se queda a medias tintas en demasiados aspectos.
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