El otro día, un cliente habitual de un restaurante hogareño que suelo frecuentar debido a su más que correcto menú, se acercó a mí y, a sabiendas de mi desmesurada y enfermiza afición por esto del cine, me hizo un obsequio que me llenó de alegría. Se trataba de un viejo catálogo sobre un Festival de Cine en Canet Plage del que nunca había oído hablar hasta ese momento. Me contó que, haciendo limpieza de trastos viejos en casa, se había encontrado de sopetón con él y que, antes de tirarlo, creyó que estaría mejor en manos de Spaulding.
Entusiasmado acepté el presente: un dossier sobre la programación de una muestra de cine dedicada a aquellos cineastas españoles que para estar al día cruzaban la frontera. Éste estaba tecleado a mano con una vieja Lettera y ciclostilado para dar más información a los intrépidos asistentes. Y digo lo de “intrépidos” ya que, en pleno mes de marzo de 1975, justo cuando la dictadura daba sus últimos y más rabiosos coletazos ante la inminente muerte del Caudillo, asistir a un festival izquierdoso y en el extranjero, compuesto de una larga veintena de títulos prohibidos y perseguidos en España, se trataba de una postura heróica, valiente y aguerrida; por aquel entonces, casi suicida. Para que se hagan una pequeña idea de las películas que se proyectaron ese año en Canet Plage, les he escaneado la primera hoja de un libreto ya amarillento que, a su manera, sustituía a los habituales y atractivos catálogos de los certámenes cinematográficos oficiales.
Viendo esa imponente lista de películas, queda muy claro que sus organizadores eran amantes del Séptimo Arte con ganas de tocarle los huevos al franquismo y demostrar que, allende nuestras fronteras, existía otro tipo de cine del que nuestros gobernantes no querían ni nombrar. Por lo que he podido saber, este periplo cinéfilo se inicio tres años antes, en 1973, de la mano de un grupo de personas inquietas, vecinos de la pequeña localidad francesa y con unas inmensas ganas de acercar la cultura a a aquellos que se les estaba negando. Bajo el nombre de Festival de Cine d'Art et Essai – Canet Plage, ofrecieron un plato suculento a un montón de españoles (ante todo catalanes, debido a la proximidad geográfica) y, con la excusa del arte y ensayo, colaron interesantes films que nunca, por aquel entonces, ningún cinéfilo de la época hubiera imaginado tener la posibilidad de ver proyectados en una pantalla de nuestro país. Por suerte, nuestros vecinos tuvieron la oportunidad de servírnoslos en bandeja de plata.
Muchos de ellos, como La Caída de los Dioses, El Fantasma de la Libertad o El Gran Dictador, fueron estrenados en España con posterioridad, una vez enterrada bajo suelo la Bestia Parda (o sea, la Bestia del Pardo). Otros se han quedado relegados, con el paso del tiempo, a algún que otro pase televisivo de madrugada. Supongo que, por ejemplo, asistir a una proyección en Canet Plage de un título tan mítico como el de Visconti, en el que se reflejaba la decadencia del nazismo a través de una contundente crítica, debería provocar una considerable descarga de adrenalina a más de un espectador, aunque ese pase fuera en versión original a pelo. Aparte de ser una película magistral, hay que tener en cuenta que incluso, en materia cinematográfica, todo lo ilegal pone a tope a los más rebeldes e inquietos del lugar.
El misterioso personaje que me cedió tal muestra histórica sobre un pasado reciente, me aseguró recordar haber ido con su padre a ver El Gran Dictador. Según él, juraría que fue proyectada con subtítulos en francés, aunque lo que le quedó más grabado en la memoria es el ambiente de fiesta y transgresión que se vivió entre el público asistente.
El Gato Caliente, Tamaño Natural, Portero de Noche, Reflexiones en un Ojo Dorado e incluso Todo Lo Que Usted Quiso Saber Sobre el Sexo y Nunca se Atrevió a Preguntar. Productos de lo más variopinto que conformaron la tercera y última edición de un más que necesario certamen. Política, antifascismo y sexo: los temas que más irritaban a un régimen furibundo e intolerante al que la cultura le venía un poco grande. Y más si ésta procedía de la mente de autores comprometidos y con ganas de exponer cosas que fueran más allá del cine que llegaba a nuestra piel de toro.
Valga este post como testimonio de un tiempo que nunca debió existir y en el que incluso se consideraba delito asistir a ciertas proyecciones cinematográficas. Y valga también, ante todo, como un reconocimiento y sentido homenaje a todos aquellos que, al igual que los organizadores del Festival de Cine Art et Essaig de Canet, dedicaron un buen pedazo de sus vidas a divulgar el arte que otros nos negaban y a mofarse del franquismo con la potente arma de la cultura.
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