Sus protagonistas son el gordito Seth y el timorato Evan, un par de adolescentes un tanto descerebrados, íntimos amigos y en extremo repudiados por el resto de los compañeros de la escuela en la que cursan sus estudios. Justo están en el último año, antes de dar el gran salto a la Universidad, y su única meta en este periodo de sus vidas es la de ser invitados, al precio que sea, a alguna de las fiestas particulares que organizan el resto de jóvenes de su clase. En espera de tal oportunidad, se pasan los días viendo películas porno por Internet.
Siempre que se unen dos tontos (muy tontos) como Seth y Evan, acaba pululando a su alrededor un satélite aún más estúpido que ellos. Éste es el imbécil de Fogell, un joven imberbe, delgaducho, gafudo y con cara de asno, que logra aliarse con los otros al ofrecerles la posibilidad de conseguir bebidas alcohólicas para el guateque nocturno al que por fin han sido convidados. Las tremendas ganas de mojar, las ansias por beber hasta la saciedad, los tejemanejes con un carné falsificado, un fortuito asalto a una licorería y la aparición en escena de una pareja de agentes de policía (tan idiotas como los calenturientos chavales), conformarán los platos (teóricamente) fuertes de la función.
Más de lo de siempre. Un sinfín de gags de lo más bajo en los que, invariablemente y en cada uno de ellos, tienen cabida alguna que otra burda referencia al miembro sexual masculino. Si los vocablos pene o polla dejan de sonar en pantalla durante tres minutos, es señal inequívoca de que sus dos guionistas encontrábanse en baja forma o, en su defecto, habían sufrido algún vahído durante la confección de los diálogos. Es tal su obsesión pollera que, en sus créditos finales y también insertados durante la proyección, el espectador puede disfrutar de un sinfín de dibujos en los que cientos de penes (de todos los tamaños, colores y erecciones) se convierten en el objetivo preferente de cámara. Es más: tales estampas dúctiles les son achacadas a la mente enfermiza del personaje de Seth quien, desde su más tierna infancia, demostró cierta pasión en ilustrar todas sus libretas con inmensas y relucientes pollas. En definitiva: una desorbitada loa al pene y (por los comentarios de los mozalbetes) a las imparables ansias de que éste sea succionado por unos labios femeninos.
Un deplorable festival fálico al que acaba uniéndose la citada (y cargante) pareja de policías con similar obsesión por hablar continuamente de sus respectivos miembros. Dos agentes del orden público que, al mismo tiempo, pretenden pillar una cogorza igual o superior que la de los tres jovencitos protagonistas.
Escupitajos, vómitos y menstruaciones están a la orden del día. Lo que menos importa es un mínimo de dignidad. Buscar cualquier asomo de inteligencia en tan tosca película resulta una utopía. "Cuantos más detalles escatológicos se viertan en su desarrollo, más reirá el público", debió pensar el Mottola...
Supersalidos: una película más sobre jovencitos con ganas de estrenarse. Vista una, vistas todas, pues están cortadas por el mismo patrón. Lo siento, pero la verdad es que pretendía acercarme a ella con buenos ojos y con tanto cipote galopante, se me nubló la visión. Y lo que es más triste: aún sigue en la cartelera actual.
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