Justo hasta esta entrega, el personaje interpretado por la macizorra Milla Jovovich era una especie de alter ego de la Ripley de Alien. Para esta ocasión, ha tomado una postura más hombruna y menos sensual, siendo su look más cercano al del Mel Gibson de Mad Max 2 que al de la heroína encarnada por Sigourney Weaver. Y no sólo por su apariencia física y su modo de actuar, pues su escenografía también hace honor a la del film del australiano George Miller. El desierto, la arena, el calor, la falta de carburante, lo andrajoso de las vestimentas...; todo un déjà vu que sigue confirmando la nulidad de su director y de su guionista (Paul Anderson, el creador de la serie) a la hora de darle un toque más personal y original a su trabajo. La ley del mínimo esfuerzo en su máximo esplendor.
De hecho, no hay que buscarle tres pies al gato. El tal Mulcahy siempre se ha destacado por ser el copión número Uno de la clase. No existe un producto suyo cuyas ideas no hayan sido birladas de algún otro film anterior con buenos ingresos en taquilla. Es tanto su afán por calcar imágenes que incluso, en esta secuela, se atreve con una escena sacada directamente de Los Pájaros de don Alfredo. La única variación es que las aves son, en su totalidad, cuervos infectados por el virus de la Corporación Umbrella; ese mismo virus experimental T que ha convertido en zombis a la mayor parte de la población del planeta.
Al igual que en Mad Max 2, el final del mundo está al caer. Tan sólo le quedan tres telediarios contados. Los recursos naturales se están agotando. Y la heroica Alice, consciente de haber sido mutada genéticamente por la ingeniería de Umbrella, se pasea por las desérticas dunas buscando el nuevo enclave subterráneo en el que puedan alojarse aquellos que, al mismo tiempo y debido a sus nuevos poderes, quieren volver a retenerla. Y es que, en el fondo, la chica es un arma de doble filo: su sangre sería eficaz como antivirus y, al mismo tiempo, su fuerza e inteligencia resultarían ideales para su clonación en masa.
No sé si es debido a que su guión está mal escrito o a que ya me empiezan a patinar las neuras, pero la verdad es que casi no me enteré de lo que Mulcahy y Anderson me han vendido con esta entrega. Entre clones de la Jovovich y antivirus que convierten en monstruos, con aspecto de pulpo, a quienes se lo inyectan, mi mente se perdió en medio de una trama que creo mal explicada.
De todos modos, tengo una cosa muy clara. Desde que la Milla ya no enseña las tetas, me ha dejado de interesar lo del Resident Evil. Siempre me queda el consuelo de saber que otros seres, menos simples y primitivos que un servidor, podrán disfrutar de lo lindo con los balazos y las hostias que la muchacha les arrea a cuantos muertos vivientes se cruzan en su camino.
Por cierto: si tienen el valor suficiente para soportar los créditos finales y el par de cancioncillas que les acompañan, se encontrarán con la típica sorpresa que deja las puertas abiertas a otro capítulo. Tutatis nos pille “confesaos”.
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