Supongo que me he tragado X-Men 3: La Decisión Final debido a esa parte masoquista que inevitablemente alojo en mi interior. Vaya, que me gusta sufrir, pues eso es lo que hice durante toda la proyección de una de las películas más vacías que me he tirado en cara en los últimos meses. Hacía tiempo que no me removía tanto en la butaca de un cine esperando que los X-Men de marras tomaran su anunciada decisión final de una puta vez.
Espero que, tal y como reza su título, sea en realidad el último capítulo de la serie (aunque he leído por ahí que, por desgracia, amenazan con regresar centrándose tan sólo en alguno de sus personajes). X-Men 3 es más de lo mismo. No hay novedad alguna. Todo gira alrededor de sus efectos especiales y de un abusivo protagonismo de la apetecible Halle Berry (hay que aprovechar que la chica tiene un Oscar y está buena y morenita para exprimirla a tope). Aparte de ello, les aseguro que pocas líneas de guión han sido necesarias para urdir la débil trama sobre la que se aposentan las numerosas tracas y fallas valencianas que adornan el producto.
Una excusa mínima (a la que algunos se empeñan en llamar guión), disfrazada de vacuna para eliminar los poderes de los mutantes protagonistas, se convierte en el único hilo argumental de una cinta innecesaria. La teóricamente sorpresiva resurrección del personaje de Jean Gray me huele a chamusquina: da la impresión de ser un pretexto banal para recuperar la figura de la exótica Famke Jansen, a la que acababan matando en el episodio anterior; igual que también resulta un tanto forzada –por su breve e insignificante intervención- la aparición del mutante alado, El Ángel.
El resto es lo de siempre, con la mínima variante de que, en esta entrega, se dedican a eliminar a algunos de los integrantes del Equipo X como si cualquier cosa. Un toque trágico siempre viste y da esplendor. Pero eso ya lo hicieron con la Jansen en el último capítulo... y poco les ha costado rescatarla para éste del Más Allá. En general se trata de una nueva vuelta de tuerca sobre la eterna rivalidad entre el profesor Xavier (en su silla de ruedas, como el jefe Ironside) y el pérfido Magneto (un pésimo Ian McKellen, que entre lo del Código Da Vinci y esto podría ir pensando en abandonar lo del cine y montar una churrería).
Por lo demás, los más acérrimos seguidores de la serie, a lo mejor hasta se distraen. Es el mismo menú de cada año, pero con menos sal y más ingredientes transgénicos. Un vomitivo en toda regla. Tormenta monta sus rayos y truenos; Lobezno sus piruetas de animal feroz; alguno convierte en hielo todo aquello que toca, mientras que otro, transformándose en llama, lo acaba derritiendo. Mientras cada uno de ellos va a su bola, el angelote recién llegado al grupo, se pega unos voltios aéreos. De fondo hubiera quedado bonito el Gavilán o Paloma de Pablo Abraira. Pero ni eso.
Tengan en cuenta que el sustituto de Bryan Singer tras la cámara lleva el nombre de Brett Ratner. Un insigne director que, entre sus obras más celebradas e inolvidables se encuentran títulos como Hora Punta y Hora Punta 2 (ambas con Jackie Chan en cabeza), El Dragon Rojo (esa nimia precuela de El Silencio de los Corderos) y, ante todo, ese despropósito turístico, de infausta memoria, que atendía por El Gran Golpe.
¡Que Tutatis nos pille confesados...! aunque, eso sí, tanto la Berry como la Jansen alegran la visión. Les confesaré que aguanté todo el metraje gracias a la presencia (siempre de agradecer) de esas dos mujeres.
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