El remake de La Profecía se ha basado en un montaje comercial y publicitario con el único fin de aprovechar la fecha de su estreno, el 6 de junio de 2006. O sea, los números de la Bestia, los tres seises. El 6, 6, 6. El día 6, del mes 6, del año 6. De hecho, no hay otra explicación posible para volver a rodar una película cuyo título original ha sido muy difundido en todo tipo de pantallas y formatos audiovisuales.
Lo más digno hubiera sido reestrenar el mítico título de Richard Donner y dejarse de monsergas. Pero, en Hollywood, el dinero es lo que manda y -por desgracia- las viejas glorias como Gregory Peck ya no suman dividendos en las salas de estreno. Una pena.
El tratamiento de esta nueva Profecía, dirigida por el irlandés John Moore, me recuerda mucho a lo que hizo el discutible Gus Van Sant con Psicosis. Un experimento disfrazado de fotocopia. El esquema argumental es el mismo, no hay variación alguna. La acción, al igual que en la primera, empieza en Roma para pasar luego a Londres. Todo es idéntico: el nacimiento del hijo de un diplomático, la muerte del bebé y el cambio de éste por otro de “madre desconocida”. El Anticristo en el seno de una familia de clase alta e introducido directamente en el mundo de la política de alto nivel.
Los accidentes y muertes provocadas por el pequeño Damien son calcadas a las del film original, aunque algunas de ellas (como la célebre decapitación del fotógrafo) ofrezcan sutiles variaciones. Incluso los detalles más sorprendentes del primero han sido respetados al cien por cien, como ocurre con el revelado de ciertas fotografías que, a través de nimios reflejos, predicen el futuro del personaje retratado en ellas. ¿Respeto o copia? He aquí el dilema.
La verdad es que, a pesar de los pesares, La Profecía de 2006 es un film digno. Digno pero insustancial, ya que no ofrece absolutamente nada nuevo al espectador. Tampoco cuesta mucho ser mínimamente serio a la hora de volver a plasmar en imágenes el mismo tema, ya que la historia original era una historia excelente Incluso el guionista de ésta ha sido el propio David Seltzer el mismo que escribió el libreto original para Richard Donner, aunque en esta ocasión se ha ceñido a copiar, casi palabra por palabra, el texto de 1976. ¿La ley del mínimo esfuerzo o, por el contrario, demostrar una total fidelidad por su obra original?
Sea como sea, esta Profecía se deja ver por varias razones. A pesar de sonar a calco, es una película que no molesta. Al menos, no ha caído en el error de querer revestir al producto de superfluos efectos especiales, el truco habitual de la mayoría de realizadores que se deciden a renovar un viejo clásico cinematográfico. Ni siquiera ha tenido la intención de cargar las tintas en sus escenas más brutales, La cinta, en ese aspecto, es loable. Tampoco recurre a falsos sustos para engañar y sorprender al espectador. Los que hay son los justos y necesarios; en realidad siempre situados en el mismo instante en que Donner los colocó en su época.
Liev Schreiber no es Gregory Peck, Julia Stiles tampoco es Lee Remick y David Thewlis, el fotógrafo, tampoco es el gran David Warner, aunque todos ellos llevan a cabo sus roles con una corrección total, más que envidiable. Sin embargo, jamás harán olvidar a los actores de la primera. Los niños que interpretan a Damien juraría que son casi gemelos de Harvey Stephens, el pequeño que le dio vida en el título original. Y es que, en esta ocasión, por cuestión de sindicatos y horas de trabajo para menores de edad, han tenido que recurrir a varios actores.
De todos modos, se hecha en falta la magistral banda sonora del desaparecido Jerry Goldsmith (a pesar que, de vez en cuando, suene a grosso modo algún fragmento de la vieja composición). Y es que esa partitura, por sí sola y sin necesidad de imágenes, ya daba miedo. La música de Marco Beltrami, compuesta para esta entrega, resulta mucho más estandarizada; es de esas bandas sonoras que tanto sirven para una película de terror como para un atronador film de aventuras estilo Indiana Jones. En ese aspecto no tiene mucha personalidad.
La supresión del formato scope utilizado por Donner se ve compensado por uno de los mejores aciertos de la película: el haber otorgado a una envejecida Mia Farrow el papel de la cuidadora infernal del pequeño Damien. Nadie como ella hubiera sabido tratar mejor a una semilla diabólica. Y más con esa pinta de bruja que me lleva.
Un film visible y muy formal, pero innecesario en todos los aspectos. Revisen el del 76 y entre otras cosas, por ejemplo, descubrirán que Richard Donner ya utilizó el steadycam (y sin ningún tipo de abuso) antes que Kubrick se volviera loco con él en El Resplandor.
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