Julian Noble ha sobrepasado de largo la cincuentena. Y eso se nota en su faena habitual. Ya no es tan fino como antes y, a veces, falla en sus encargos. Y es que un asesino a sueldo no puede permitirse muchos errores a la hora de ejecutar su trabajo. No tiene casa fija. Su hogar son los hoteles. Es un hombre curtido. Hortera, pero curtido. Su negocio le obliga a viajar por todo el mundo. Es un tipo solitario. Y con la edad, a pesar de sus múltiples ligues ocasionales, aún se siente más solo y derrotado.
Danny Wright es un tipo con mala suerte; un gafe de tomo y lomo. Junto con su esposa, y a pesar de sus problemas económicos, ha podido superar la muerte de su único hijo. Un posible negocio millonario, a cerrar en la Ciudad de México, le obligará a dejar por unos días su casa de Denver. El azar hará que acabe compartiendo margaritas con Julian Noble, en la barra del hotel mejicano en el que ambos se hospedan. Tal y como diría el Capitán Renault, “éste podría ser el inicio de una gran amistad”.
Una amistad atípica y surrealista. Una amistad que dará pie a Richard Shepard, el realizador de Matador, ha entrar de lleno en una comedia llena de tonalidades negras, en la que brillarán, ante todo, las interpretaciones de sus dos protagonistas masculinos: Pierce Brosnan y Greg Kinnear. El primero aprovecha para alejarse definitivamente de la imagen de James Bond - a través de una divertida actuación y de un look desastroso que denota cierto gamberrismo por su parte-, mientras que el segundo da un paso más, hacia delante, para confirmar que se trata de uno de los mejores actores actuales en el género. Y lo mejor de todo se encuentra en la explosiva (e inesperada) química que acaba creándose entre ellos. Un tira y afloja humorístico que no se veía en pantalla desde los tiempos de Stan Laurel y Oliver Hardy.
Matador podría ser un film peligrosamente astracanado. Y no lo es, gracias a su guión y, ante todo, a sus ingeniosos diálogos. Un producto inteligente y lleno de pasajes inolvidables. Siempre cercano a la exageración; siempre en el límite, pero sin caer jamás en el peligro de convertirse en un despropósito grotesco. Una buena muestra de ello se encuentra en la larga escena que transcurre en una plaza de toros durante una corrida. Ésta se inicia en las gradas, bajo el ardiente sol mejicano, cuando Noble le confiesa a su incrédulo amigo accidental su verdadera profesión, y termina (de manera sorprendente y jocosa) en los lavabos del ruedo. Toda una lección de cine en la que su director demuestra moverse con total facilidad en la comedia.
En el film hay momentos para todo, aunque siempre bajo un punto de vista sarcástico y salteado con gruesas gotas de humor negro. Incluso hay tiempo para un inmenso guiño a las sitcoms televisivas sin necesidad de ampararse en las truculentas carcajadas enlatadas. Y ese es precisamente el instante en el que Hope Davis, la mujer de Kinnear en la cinta, aprovecha para lucir sus grandes dotes como comediante, justo en la escena en que Julian Noble, de manera inesperada y con un elevado grado de nocturnidad y alevosía, visita el domicilio del matrimonio Wright por vez primera. El morbo de tener a un asesino en casa no es moco de pavo. Y Hope Davis lo demuestra de manera fenomenal.
Los asesinos profesionales, por desgracia, no interesan al público de nuestro país, ya que tanto Matador como Rosario Tijeras han pasado de manera rauda y desapercibida por nuestras pantallas. Dos puntos de vista distintos (y excelentes) sobre un oficio que antaño resultaba muy cinematográfico.
Quizás sería necesario rebautizar a los nuevos sicarios y optar por definirlos como “facilitadores de muerte”. O, al menos, ese es el término que el personaje de Brosnan prefiere utilizar para definir su oscuro oficio.
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