1.9.05

Stormy Weather

Tiempo de tormenta. La lluvia castiga a diario la isla de Manhattan. Es el momento menos propicio para que Dahlia Williams inicie los trámites de su separación matrimonial y la lucha por la custodia de la pequeña Ceci, su hija de 5 años. Sus recursos económicos son mínimos, por lo que tendrá que mudarse, en compañía de la niña, a un mohoso bloque de apartamentos situado en Roosevelt Island, una pequeña ciuidad dormitorio cercana a Nueva York. La presencia de una inquietante gotera, en el techo de la habitación que comparte con Ceci, y la sospecha de que ésta ha iniciado una extraña amistad con un amigo invisible, son los primeros síntomas de que algo inexplicable está ocurriendo a su alrededor.

Éste, a breves rasgos, es el esquema argumental de Dark Water (La Huella), el remake, de producción norteamericana, del film de idéntico título que realizara, en el 2002, el japonés Hideo Nakata. En este caso, tras la cámara, está el brasileño Walter Salles, dando el salto, por primera vez, al cine de terror, aunque sin perder el intimismo que, por ejemplo, vertió en Estación Central de Brasil. Las pinceladas fundamentales son idénticas en ambos productos, pero, a pesar de la popularidad y el prestigio alcanzado (entre cierto sector del público y la crítica) por la cinta de Nakata, la nueva lectura que propone Salles me parece más completa y compleja. Al menos, mucho más académica y atractiva que la cinta original.

Maneja y coloca la cámara de manera envidiable. Siempre encuentra el ángulo ideal o el mejor movimiento de ésta para narrar cuanto ocurre en pantalla. Respeta la sobriedad de los escenarios interiores del film oriental, pero matiza mucho más sus colores y la utilización de las luces y sombras para crear ambientes tensos y fantasmagóricos. No necesita ampararse (como hacía su precedente) en truculencias para tener al espectador enganchado a su misteriosa y agobiante atmósfera. El tratamiento exquisito de la fotografía, por parte de Affonso Beato, y la utilización de la inquietante música de Angelo Badalamenti (rompiendo un tanto la monotonía de composiciones suyas anteriores), son dos puntos fundamentales para conseguir la angustia necesaria.

No sólo demuestra ese academicismo en su manera de filmar o en la composición visual de sus escenas. Detrás se encuentra un guión encomiable construido por Rafael Yglesias, el mismo que escribiera para Roman Polanski la escalofriante La Muerte y la Doncella. Sus diálogos son concisos, siempre directos, sin necesidad de darle vueltas innecesarias a la trama. Crea situaciones reales y con ello, al mismo tiempo, potencia aún más la sensación de inquietud ante lo desconocido. Toda la secuencia que muestra el primer contacto de Dahlia y Ceci con su nuevo (y desvencijado) apartamento, en compañía de un cínico agente inmobiliario, no tiene desperdicio. Tal cual, como en la vida misma.

Mezcla el melodrama con el fantástico sin fisura alguna. Los sentimientos de la protagonista se barajan, de manera idónea, con el ambiente enrarecido que la envuelve a ella y a su hija. Esa visión intimista y triste que ofrece, cuadra a la perfección con la sombría trama que se esconde tras las cuatro paredes que habitan. De modo inteligente, rompe con ese toque característico que los orientales utilizan en las películas de fantasmas. Aparta la ilógica de algunos pasajes del título original para darle un tono más cercano y palpable. En resumidas cuentas, no se cuelga como Tanaka encuadrando la gotera cada dos por tres y, al mismo tiempo, renuncia a seguir explotando esa imagen ya tan manida, tópica y cansina, del tratamiento visual de los fantasmas. Y eso es muy de agradecer.

De todos modos, el Dark Water de Salles tiene un truco solemne, casi inaccesible. Y se trata de su casting. De su acertadísimo casting. Jennifer Connelly está insuperable en el papel de esa madre atormentada y temerosa por el futuro de su hija. La madurez ha convertido a esta chica en un pedazo de actriz. En este caso concreto, lo demuestra con creces, pues la mayor parte del peso dramático lo lleva ella solita. Llora, tiembla, se emociona, enferma, se atemoriza y se cabrea a las mil maravillas. Y, en contra de lo que muchos opinan, ha ganado en belleza física. Les aseguro que la Connelly está al cien por cien.

Y secundándola se encuentra un considerable número de buenos actores. Tim Roth se aleja del histrionismo de sus últimos (y olvidables) trabajos, para conformar un personaje entrañable; John C. Reilly construye a la perfección a un agente inmobiliario, un tanto crápula e interesado, dándole al mismo tiempo, con su aportación, unas pequeñas gotas de humor (muy suaves) a la historia, mientras que un genial Pete Postlethwaite aprovecha al máximo su desagradable aspecto físico para dar vida al ingrato portero del destartalado inmueble. Un inmueble que, salvando las múltiples distancias arquitectónicas y de boato, poco puede envidiar al tristemente célebre edificio Dakota, al que, en parte, Salles homenajea con un guiño a la magistral La Semilla del Diablo; concretamente en la escena en que Dahlia intenta hacer la colada en los sótanos de su nuevo hogar.

Hace unos cuantos días, en los comments, aseguré que no vería este film, alegando que el original no me gustaba en absoluto. Ayer, antes de Sr. y Sra. Smith, vi su atractivo y prometedor trailer. Entre ello y la pasión exacerbada que muchos de ustedes demuestran últimamente por la Connelly, me he decidido a visionarlo. Y, la verdad, es que no me arrepiento en absoluto. Posee un toque muy personal y clásico y, a mi parecer, mejora al primero en casi todos los aspectos... excepto en uno muy concreto que no voy a desvelar. No quiero chafarles la trama. Los que han visto el film de Nakata posiblemente puedan suponer a que me refiero... Ya saben: producción norteamericana. Quien paga, manda. La moral y las buenas costumbres imperan en tierra de Bush. Pero es lo de menos. Y no le resta fuerza a su argumento.

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