21.9.05

El gran engaño

Esta tarde he recuperado uno de los pocos films de Robert Benton que no había visto. Se trata de La Mancha Humana, un melodrama con todas las de la ley, realizado de manera formal y académica como es habitual en su cine. Un cine que, en general, siempre ha recurrido a muy pocos personajes, otorgándole una relevancia especial a sus actores y, sobre todo, al guión.

No es de extrañar que Robert Benton empezara introduciéndose en el mundo de Hollywood como guionista. Tres títulos tan dispares y reconocidos como Bonnie and Clyde, El Día de los Tramposos y ¿Qué me pasa, Doctor? llevan su firma como escritor. Y en pocas de sus películas como director ha dejado de acreditarse como responsable del libreto. Sólo en dos de ellas: Billy Bathgate y La Mancha Humana. Y precisamente es en donde más cojea esta última, a pesar de estar escrita por el también respetable Nicholas Meyer. Basado en una novela de Philip Roth, su historia contiene demasiados poros argumentales y, a pesar de ser interesante lo que intenta contarnos, acaba convirtiéndose en un film farrogoso, excesivamente lento y cargado de ideas desordenadas y mal plasmadas en pantalla.

La Mancha Humana narra la vida de Coleman Silk (Anthony Hopkins), decano de una prestigiosa Universidad norteamericana y maestro de literatura clásica que, tras ser retirado de su cargo y perder su trabajo, verá morir a su esposa a las pocas horas de su despido. Tras todo ello queda una acusación de racismo por parte del claustro de profesores. Sus antiguos compañeros de trabajo le evitan el saludo, mientras que su imagen de eficiencia y sabiduría se derrumbará como un castillo de naipes. A punto de cumplir los setenta años, buscará refugio en la amistad de un joven escritor (Gary Sinise) y se transformará, con la ayuda de la Viagra, en el apasionado amante de Faunia (Nicole Kidman), una apetecible mujer de 34 años con un pasado tormentoso y demasiados secretos que esconder.

La cinta de Benton se centra en la relación sentimental nacida entre el viejo Coleman y la atractiva Faunia. Una relación que, aunque no lo crean, resulta totalmente creíble. Ella, poco a poco, irá desvelando su turbulento pasado ante él. Y él, a través de la sinceridad aplastante de ésta, descubrirá que su propia vida ha sido construida gracias a una gran mentira, aunque es el peor momento para desvelarla, pues los sectores más reaccionarios de la sociedad norteamericana cabalgan sobre el puritanismo más estoico. En esos días, el escándalo de la becaria mamona y el presidente Clinton estaba en los titulares de los periódicos y en los televisores de todos los hogares.

Es una lástima que, con un material tan prometedor como éste, la película se pierda en medio de innecesarios flash-backs para ir descubriendo el oscuro secreto que amaga el ex decano. Al igual que hace con el personaje de Faunia, despejando su pasado al espectador sin necesidad de recurrir a los flash-backs, Benton podría haber optado por el mismo sistema a la hora de enfrentar al espectador con la verdad de Coleman, Y tal como acaba haciéndolo, la realidad que se esconde tras el personaje de Anthony Hopkins resulta incluso ridícula y risible para el espectador.

La película no da para mucho más, pero su realizador se empeña en hablar de todo un poco. No tiene suficiente con relatar las mentiras en las que se sustentan ambos personajes y de recrearse en las inevitables pajas mentales de estos dos. Aparte retrata la hipocresía de la sociedad en la que vivimos, habla del daño que causan las guerras a los que intervienen en ellas, de la injusticia social, de la lucha de clases, de la soledad y del temor a la muerte. Demasiados conceptos para una sola película. Demasiada dispersión acumulada. Y su apurado metraje y su ritmo cansino no dan para tanto: 100 minutos escasos y todo ello comprimido allí adentro.

De poco vale que sus actores estén espléndidos (que los están, del primero al último), ni que sus intenciones sean sanísimas y loables. Su academicismo habitual tampoco salva a La Mancha Humana de ser tan falsa como la mentira sobre la que se sustenta su propio protagonista. Y es una lástima, ya que tiene momentos ciertamente brillantes, como su parte inicial o la significativa escena en que la pareja acude a un concierto de música clásica. Alguien como Robert Benton, de eficacia más que probada, podría haber aspirado a algo más. Sencillamente, habría quedado más bonita puliendo asperezas y siendo un poco menos pretenciosa.

Les aviso: por mucho que se empeñen, no les voy a desvelar que amaga el personaje de Hopkins. ¡Faltaría más!

Por cierto, no tengo nada en contra de la Kidman, al contrario, pero ¿productores y directores no han pensado que hay otras actrices tanto o más válidas que ella? ¡Es que sale hasta en la sopa!

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