6.9.05

Putas

Con Princesas, Fernando León de Aranoa confirma definitivamente haberse convertido en el cronista oficial de los parias. Los desarraigados sociales siempre tendrán su huequecito en el corazón de León (Fernando, que no Ricardo), el Pepito Grillo de la sociedad española. Por su cine han pasado barrios marginales, jóvenes delincuentes de futuro incierto y parados sin oficio ni beneficio. Su cine siempre está de lado de los solitarios y de los perdedores. De los más humildes.

En Princesas refleja el sórdido mundo de la prostitución y, de pasada, hace alguna que otra referencia a los inquietantes brotes xenófobos que, de vez en cuando, se hacen latentes en nuestro país. Sin profundizar, sólo apuntándolo. Para todo ello se apoya en la relación de amistad nacida entre dos prostitutas, Caye y Zulema. Caye es el nombre de guerra de Cayetana, una treintañera madrileña que opta por ejercer el más viejo oficio de la historia atendiendo a sus numerosos clientes a través del móvil; se desplaza a hoteles, domicilios y a donde haga falta, mientras no tenga que hacer la calle. Zulema acaba de llegar a la capital de España, procedente de Santo Domingo. Una princesa de piel oscura que tendrá que ganarse la pasta pateándose las calles; una princesa recién llegada que, con su presencia, potenciará el recelo de las furcias nacionales, pues las numerosas emigrantes prostituidas arrasan con su vieja clientela.

Aranoa se centra en ellas dos. Y consigue, con éstas, lo mejor de su película: un par de interpretaciones fenomenales. Por un lado, Candela Peña borda el papel de joven solitaria y amargada que sueña con un futuro feliz que nunca llegará a tener, mientras que Micaela Nevárez, asumiendo el rol de Zulema, desborda con su presencia cada vez que aparece en pantalla. Su rostro exótico y su atractivo físico se aúnan para componer su personaje. A veces, con la única ayuda de su lánguida y oscura mirada, expresa sus sentimientos más íntimos ante la cámara. El odio, el amor y la frustración salen de esos ojos, color azabache, como por arte de magia. A buen seguro, el Goya a la actriz revelación de este año ya tiene un nombre propio: Micaela.

Una película de actrices. Hablan, discuten, lloran y ríen. Todo gira alrededor de ellas. Dos putas de buen corazón, como las de toda la vida en el cine. La cinta es dura. La verdad a veces molesta. Y siempre duele, aunque en esta ocasión no llegue a herir. El realizador no acaba de poner del todo el dedo en la llaga. Sólo escuece, pero cicatriza rápido. Se queda a medias tintas y no va más allá de lo que hacen otros títulos sobre el mismo y sórdido tema. Se muestra reiterativo en ciertos aspectos, sin acabar de profundizar en otros mucho más interesantes, apuntando, por momentos, hacia detalles un tanto infantiles y poco creíbles (el paseo en automóvil o la relación de Caye con su familia) que, de manera errónea, rompen el tono realista de la película.

Princesas, a pesar de sus buenas intenciones, no posee ni el frescor de su ópera prima, Familia, ni la contundencia narrativa de Barrio o Los Lunes al Sol. Se trata de un film correcto, a pesar de quedarse en una mera plasmación de pequeños esbozos de una oscura realidad cotidiana. Una realidad que, por cierto, muchas mentes bien pensantes pretenden ignorar. Y por ello es una lástima que no llegue más lejos. Aranoa demuestra saber manejar la cámara a la perfección y ser un buen director de actrices. En esta ocasión le ha fallado el guión. Da la impresión de ser lo mismo de siempre, pero con fisuras. De todos modos, por ellas dos, Caye y Zulema, por esas dos rameras maravillosamente interpretadas y descritas, bien merece ser visto.

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